Arsenio Iglesias: se va «un dos nosos»

Alberto Núñez Feijoo TRIBUNA

OPINIÓN

Arsenio saluda a la afición del Deportivo en Riazor
Arsenio saluda a la afición del Deportivo en Riazor CESAR QUIAN

07 may 2023 . Actualizado a las 10:21 h.

Se nos ha marchado Arsenio y lo ha hecho de una forma discreta, humilde, sin hacer ruido, como siempre fue él. Se ha ido un hombre bueno y nos ha dejado un poco huérfanos y muy tristes a los deportivistas, a los gallegos, al mundo del deporte y en general a los millones de españoles que le tenían cariño. Era imposible no querer a una persona tan auténtica, tan bondadosa y tan cercana. Tuve la suerte de conocerle y poder conversar con él varias veces, y siempre era un placer escucharle.

No era de muchas palabras, pero cada frase, cada aserto, era una lección. Y las practicaba con el ejemplo. De pocas personas se podía aprender tanto como de Arsenio, tanto de fútbol como de la vida. Orden y talento eran dos de las claves de su éxito y son extrapolables a cualquier actividad humana, incluida la política. Nuestra política sería mejor si los que nos dedicamos a ella siguiésemos los postulados y la obra de Arsenio Iglesias. Orden y talento. Pero también capacidad de trabajo, moderación, esfuerzo y humildad, mucha humildad. Es quizá el adjetivo que mejor definía al Zorro de Arteixo y el que más llevó a todo el mundo a empatizar con él. Buena parte del país sintió como suya su frustración el 14 de mayo de 1994, cuando un penalti fallado en el último suspiro del último partido privó de ganar la Liga a aquel Superdépor que él había construido y modelado.

Años más tarde, ya sin Arsenio, el Dépor se resarció ganando la Liga, pero aun así el equipo que quedará en la retina de todos y que ya es historia de nuestro deporte es aquel Superdépor. Un grupo de talentosos y ordenados futbolistas liderados por un entrenador entrañable, retranqueiro e inteligente, que sacó lo mejor de ellos y que se ganó la simpatía de toda España. Arsenio nos demostró que con pasión, sencillez y trabajo duro se podía mirar a la cara y ganar a cualquiera. Que desde ese córner de Europa y haciendo gala de una galleguidad universal se podía soñar con ser los más grandes y competir en todo el mundo. Fue estandarte de un sentimiento y de una identidad que trascendió y unió no solo a una ciudad, sino a toda una sociedad.

Lejos de cambiarle, los halagos, los elogios y los éxitos no hicieron sino reforzar su humildad. Se fue de la élite del fútbol sin ruido, con tranquilidad y con sentidiño, como había llegado. Y siguió animando y queriendo siempre a su Dépor, que era su vida. Ahora se nos ha marchado, igual que siempre, sin ruido, y también nosotros le seguimos queriendo.

Hasta siempre, maestro.