No es lo mismo solo que solitario

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

CAPOTILLO

18 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Sale un estudio digno de que al fin nos paremos unos minutos, no solo unos segundos, en escucharlo. Estos son los titulares que lo resumen: «Uno de cada siete españoles se siente solo. El aislamiento no deseado dispara las enfermedades y las bajas e incapacidades laborales con un coste anual de 14.000 millones de euros, el equivalente al 1,2 % del PIB. Duplica las visitas a especialistas y a las puertas de urgencias y multiplica por seis la posibilidad de sufrir depresión o un infarto. Los jóvenes entre los 16 y los 26 años son los que más solos se sienten en España». Pero detrás late o deja de latir algo mucho más fuerte.

No tiene nada que ver estar solo o querer estar solo. La imposición de la soledad es un peso muerto que no deja de crecer en nuestras vidas. Las edades del hombre y de la mujer son muy puñeteras. Nunca hay que escupir hacia arriba. Somos espíritus de contradicción. Nos decimos: «Estaría mucho mejor solo», hasta que apuramos ese cáliz.

No es lo mismo solo que solitario, matices en las acepciones a un lado. Somos hijos dañados de la pandemia, especialmente todos esos adolescentes y jóvenes a los que les detuvieron sus vidas sin darles alternativa. Como en todo, hay quien lo supera y hay quien se queda. James Joyce vio cómo su hija Lucía enloqueció. Terminó por perderla. Él la animaba a escribir para salir del fango de la mente. Pero fue Jung el que se lo explicó a Joyce con una frase magistral: «Pero allí donde usted nada, ella se ahoga». Lo que vale para uno, no le sirve ni a un hijo.

Estamos ante una pandemia de la soledad. Necesitamos a los demás. Ese reflejo, siempre y cuando no busque dañarnos, nos mejora. Necesitamos la piel. Necesitamos no escuchar solos nuestro silencio. El silencio como tarea es ensordecedor. Nada apena más que llegar al descansillo de unas escaleras donde sabes que vive un mayor y oír el estruendo de la boca voraz de la tele, la única compañía de quien está dentro. Precisamos lazos para no pensar en sogas. Los seres humanos queremos rimar, hasta los que lo niegan. Lo mismo que nos sienta bien y es necesario encontrarnos con nuestras manías, es terrorífico no poder recurrir a nadie para que nos espante los fantasmas. O, simplemente, para que nos tienda las pinzas de sus dedos y nos ayude a levantarnos.