El sepelio de la sardina

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

EDUARDO PEREZ

22 feb 2023 . Actualizado a las 17:20 h.

Hoy, miércoles, se celebra en numerosos lugares de España el entierro de la sardina, la grotesca ceremonia que pone fin al carnaval y anuncia la vuelta al orden tras los excesos de esa fiesta. El acto suele culminar con la quema de alguna figura simbólica que representa el desenfreno, generalmente una sardina o un pelele que la sostiene.

 Lo que el Curioso Parlante, cronista de Madrid, tachó de «grosero espectáculo popular» es hoy hasta fiesta de interés turístico internacional en alguna plaza del levante español. Y ello pese a los obstáculos que ha afrontado a lo largo del tiempo, prohibiciones incluidas, una de las cuales, frustrada, le costó al marqués de Santa Cruz el cargo de corregidor de la villa y corte a mediados del siglo XIX.

Sobre el origen de este acto festivo hay al menos un par de versiones. Una de ellas lo sitúa en 1768 y lo relaciona con Carlos III, que habría organizado una fiesta para el Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma. Su objetivo era hacer cumplir el precepto de abstenerse de comer carne, para lo cual el monarca encargó llevar a Madrid sardinas con las que obsequiar al pueblo. Una variante de esta versión apunta que lo que pretendía era garantizar a los nobles el abastecimiento durante la Cuaresma. A la duración del viaje desde la costa se sumó el calor que hizo aquellos días, y cuando se abrieron las cajas el olor del pescado en descomposición hizo desistir de consumirlo. Se procedió entonces a enterrar las sardinas en la Casa de Campo, una acción que el populacho convirtió en la parodia de un sepelio, festejo que se celebra desde entonces.

La otra versión también sitúa el origen del entierro en Madrid, hace tres siglos. Lo que se enterraba entonces el Miércoles de Ceniza no era una sardina sino carne de cerdo, un costillar, según unos; un lechón, según otros; un cerdo adulto abierto en canal, según algunos más, que los menos dejaban en una loncha de tocino. Ese entierro simbolizaba la prohibición de comer carne en el período litúrgico que comenzaba entonces. La pieza porcina que recibía sepultura era la cerdina. No está claro si esta voz fue una creación irónica o una deformación de sardina en la transmisión oral de esta historia. 

Es muy recomendable la lectura de la vívida descripción de este festejo que hace Mesonero Romanos, quien le dedicó un artículo al de 1839 en Escenas matritenses. En aquella ocasión presidía el multitudinario cortejo una efigie del señor Marcos, un vecino, cuya boca sostenía una mísera sardina. La ceremonia culminó con la quema del pelele y el sepelio del pez, metido en una caja de turrón, en una huesa. Años antes, entre 1814 y 1816, Goya había representado la parodia en un óleo sobre una tabla de caoba que había sido la puerta de un mueble. Hoy se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.