Las buenas intenciones

Fernando Hidalgo Urizar
Fernando Hidalgo EL DERBI

OPINIÓN

ZIPI | EFE

02 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de los argumentos que hemos escuchado a quienes defienden a Irene Montero y su ley del «solo sí es sí» es que el fondo de la ley es bueno y que las intenciones de quienes la han elaborado eran virtuosas. La apoyan como si los buenos deseos fueran el meollo del asunto y ahí radica la clave de todo, en que los buenos propósitos de un gobernante son como el valor en un soldado, se les suponen, pero la capacidad hay que acreditarla cada día.

Bajo el criterio de las buenas intenciones, la inmensa mayoría de los españoles podrían ser ministros del Gobierno de España y podrían elaborar leyes con independencia de su complejidad. Al fin y al cabo, bastaría con tener buen corazón para legislar y a partir de ahí los jueces ya seguirían el espíritu bajo el que fueron escritas las normas.

Pero resulta que las cosas no son así, que este infantilismo que han evidenciado Irene Montero y sus satélites es directamente proporcional a su ineptitud a la hora de redactar el texto que está provocando una cascada de rebajas de penas a violadores y agresores sexuales. No todo el mundo vale para elaborar leyes, ni vale cualquiera para ser ministro de España. Y menos si, una vez que el desastre se ha consumado, no se es capaz de rectificar, porque finalmente la rectificación la está liderando el ala socialista del Gobierno, sin que por parte de la ministra de Igualdad haya habido un mínimo de autocrítica.

De hecho, hasta Manuela Carmena ha llegado a manifestar que «no corregir la ley del ‘solo sí es sí' es soberbia infantil», provocando la inmediata reacción de Pablo Iglesias ante la buena acogida que las declaraciones de la exalcaldesa de Madrid habían tenido incluso en medios de derechas: «Si la cloaca más repugnante te aplaude, la soberbia es tuya».

Definitivamente, esto no va de intenciones. Quienes dirigen un país deben demostrar algo más que cierto buenismo y un ministro o ministra ha de tener la diligencia necesaria para que cuando dirige el equipo que elabora una ley de gran calado social, como es el caso, esa ley entre en vigor sin causar efectos indeseados y contrarios al espíritu por el que se legisla. Y, llegado el caso, si las cosas acabaron en una gran chapuza, hay que ser lo suficientemente humilde para rectificar en la medida de lo posible y no cargar contra los jueces, los fiscales, los medios de comunicación y la derecha política, como si ellos hubieran sido los incapaces que han montado este gran lío.