Ha vuelto a ocurrir. Lo vimos tras los terribles atentados de París, de Londres, de Madrid o de Barcelona, y lo hemos vuelto a ver en Algeciras. Basta que se produzca un ataque islamista para que la primera reacción de una opinión pública que en Occidente está invadida por el espíritu de lo políticamente correcto sea la de alertar, con el cadáver de la víctima todavía caliente, sobre el peligro de que se produzca una ola de islamofobia. Cuidado con relacionar lo ocurrido con el islam. Esa es la prioridad. Incluso desde la Iglesia católica, el secretario general de la Conferencia Episcopal, César García Magán, parecía poner más énfasis en llamar a la concordia entre religiones que en condenar el atentado islamista. «No podemos identificar el terrorismo con ninguna religión ni con ninguna fe», aseguró. Como la suya, la reacción de muchos es negar que lo ocurrido tenga nada que ver con el islam y decir que se trata del acto individual de un perturbado, aunque el propio agresor, Yasine Kanjaa, dejara claras de antemano sus motivaciones gritando «muerte a los cristianos» y aunque el juez lo vincule al «salafismo yihadista».
Lo diré una vez más, aún a riesgo de que los políticamente correctos me tachen de cavernícola. Sí. Por supuesto que el asesinato de Diego Valencia, sacristán de la iglesia mayor parroquial de Nuestra Señora de La Palma, tiene que ver con el islam. En concreto, con una interpretación fundamentalista del Corán y con un odio exacerbado al cristianismo y a los valores de Occidente. Decir lo contrario cuando el asesino cometió su crimen blandiendo un machete al grito de «Alá es grande» es querer cerrar los ojos y taparse los oídos ante una realidad incontestable. Aunque el yihadismo se esté cebando ahora en África, Occidente tiene un grave problema con el terrorismo islamista. Lo cual no quiere decir en absoluto que los que profesan la religión musulmana sean responsables, ni que se ponga en duda la sinceridad de sus condenas a un crimen execrable desde todos los puntos de vista. Culpabilizar a todos los musulmanes del terrorismo yihadista es estúpido. Pero igual de absurdo es afirmar que ese terrorismo no tiene nada que ver con el islam.
Durante demasiados años soportamos en España argumentos similares cada vez que ETA cometía un atentado. Esas atrocidades no tienen nada que ver con el nacionalismo, se decía. Pero por supuesto que los más de 800 asesinatos cometidos por la banda terrorista tienen que ver con el nacionalismo. El nacionalismo es, de hecho, la única causa de esa barbarie, aunque se tratara, en el caso de ETA, de una interpretación totalitaria y sanguinaria del nacionalismo.
Mientras en Europa se critica en muchas ocasiones de manera feroz el catolicismo, con razón o sin ella, es muy infrecuente escuchar críticas similares al islam, aunque se trate de una religión que no respeta los valores democráticos de Occidente ni los derechos de la mujer. Impedir que en su territorio se instale la visión más integrista del islam —salafismo, wahabismo— es una tarea prioritaria para el mundo occidental.