Que a la nueva clase media no le interese Marx es lógico, porque prefiere ignorar las relaciones de explotación y la lucha de clases, pues intuye, al ser conservadora, que ahí lleva las de perder. Es menos lógico que no le interese Weber, que fue quien la definió como clase hace un siglo, a partir de tres parámetros más o menos medibles: riqueza, poder y prestigio. La clase media actual se queda solo con el prestigio, sobre todo el derivado del consumo ostentoso, porque le importa más la apariencia que la eficiencia.
La clase media tradicional asumía la estratificación weberiana, aunque su percepción subjetiva de clase siempre estuvo por encima de la clasificación objetiva. Aquella clase media se sentía emprendedora y estaba pendiente de los costes de oportunidad que le brindaba el mercado para invertir su capital; sin embargo, la clase media actual se siente transitoria. Es una clase media aspiracional.
A veces vienen mal dadas: despido de uno de los cónyuges, dificultad para pagar la hipoteca de la segunda residencia, mantenimiento de la piscina, consumo de los dos coches, pago del colegio de los niños, viajes en turista y no en business, cálculo de la rentabilidad del divorcio... En momentos de crisis, esta clase, que solo está dispuesta a oír lo que quiere oír, es un vivero de votos para los neoliberales, quienes se adelantan y, en vez de ofrecerle soluciones, alimentan sus aspiraciones: más libertad, más prosperidad, más seguridad, menos fiscalidad.
Por arriba, esta clase media sigue aspirando a convertirse en clase alta. Por abajo, si una crisis la hace caer a la clase inferior, nunca lo va a reconocer. A la clase inferior la denomina clase baja, pero no admite que a la suya la llamen clase burguesa y, menos aún, que le vengan con eso de que todos somos clase media. Habrá aumentado la clase media, pero todavía hay clases. Tal vez a las clases alta, media y baja haya que llamarlas: clase con aspiraciones cubiertas, clase aspiracional y clase sin aspiraciones.