Habitación 814

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

24 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El destino, o simplemente una vida sexagenaria apurada hasta hielo, dieron con mis huesos en la habitación 814 del hospital; nada grave que no pueda recomponer un poco de resignación y un puñado de renuncias demoradas.

En Navidad, el ambiente de los hospitales se respira distinto, tiene los mismos aromas de sosiego y tensión, esperanza y miedo, pero distraídos entre adornos navideños y enfermeras con diminutos gorritos de Papa Noel brotando del cabello.

Cuarenta años trabajando en este ambiente, pero desde el otro lado de la cama, hacen que las percepciones resulten más extrañas.

Suerte tuve de vivir esta experiencia en la sanidad pública, ese tesoro que entre todos hemos conseguido y todos deberíamos defender del corso de piratas, berberiscos y fondos de inversión extranjeros.

La relación de empatía y solidaridad que se establece con el compañero de habitación solo es comparable a la de los viajes organizados, donde siempre se anhelan posteriores reencuentros en la vida real, lejos ya de podrigorios y exóticas excitaciones.

Tuve suerte en el lance al contar con la compañía del señor Hermida —hombre pulcro, elegante y cabal donde los haya—, que dedicó más de setenta años de vida a perseguir bacalaos por todos los mares del mundo. Hermida estaba varado reparando las válvulas de un corazón enorme con toda la mar detrás.

Y en ese duermevela pegajoso de las noches de hospital, donde se pierden las marcas del mundo real, viví una semana intensa con aquel capitán Ahab del bacalao; me llevó a reclutar los mejores descabezadores, rederos, sacadores de espinas, abridores, tronchadores, saladores, contramaestres y mozos por todas las tabernas de la Galicia marinera donde habitan estos gladiadores extinguidos del mar.

En Boiro y Escarabote encontramos los mejores abridores; en Corrubedo, Cangas, Marín y A Guarda, los expertos en aguas de Terranova, y en Coruña, Ferrol, Ribeira, Cedeira y Sada, los peritos del Gran Sol, a todos hubo que enrolar con un cubalibre delante.

Y navegamos, nada de GPS, viramos rumbos a golpe de punta y cordel hasta encontrar la ruta exacta. Atracamos en puertos de todo el hemisferio norte en noches de Cabiria, abrazados a los cuerpos abrasadores de las mujeres del hielo

Las noches de navegación en la habitación 814 tuvieron su recompensa con el relato detallado de cuáles son los mejores ejemplares y tajadas del príncipe de las aguas gélidas. No más de tres minutos sobrevive un hombre sumergido en esos mares.

La navegación solo se interrumpía cuando seres asombrosos irrumpían con precisión relojera en cubierta para tomar constantes, cambiar pitufos, administrar medicamentos o darnos algo para abrigarnos y repostar. Finalmente, arribamos a puerto y salimos a la calle por la puerta de un hospital.

De lo que no tengo duda es de que los seres con gorrito de Papa Noel trepando por el pelo eran seres reales. Lo sé porque tenían alas y sirenas tatuadas en la nuca. ¡Feliz Navidad!