¿Demasiadas conspiraciones?

OPINIÓN

MARISCAL | EFE

12 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dijo el escritor norteamericano Robert Heinlein que «lo malo de las conspiraciones es que se pudren por dentro». Y algo de esto parece ser cierto porque, si prestamos atención al panorama discursivo nacional, tardamos poco en percibir aspectos que le dan toda la razón.

Ya el gran narrador Umberto Eco nos advirtió, en su obra El péndulo de Foucault, que «cuantas más conspiraciones atribuyes a los otros para justificar tu falta de entendimiento, más te enamoras de ellas, y las tomas como modelo para construir la tuya». Algo que muchas veces parece claramente acreditado en nuestra realidad. Y es que la conspiración como tal se caracteriza porque «habla más fuerte que las palabras», como bien sentenció el magno beatle John Lennon. Basta con mirar nuestro entorno político para concluir que están en lo cierto.

Personalmente, creo que ciertas formas de conspiración son inevitables y no es fácil concebir la vida pública sin ellas. Pero también creo que todo debe de tener unos límites claros que impidan los embadurnamientos políticos indeseables y las deformaciones interesadas de la realidad. Porque detrás de todo ello nunca hay nada que beneficie el bienestar nacional.

Sé que estas afirmaciones pueden provocar la sonrisa de los propios conspiradores, acostumbrados a considerar sus actuaciones como pruebas de talento y habilidad. Porque sí, es verdad que tienen talento y habilidad, pero, en el caso de las conspiraciones, esas capacidades solo empujan en la dirección contraria a la deseable, que sería la del mérito y el servicio público.

¿Tenemos demasiados conspiradores entre nuestros políticos de todos los bandos? Creo que sí. Pero más preocupante es que ellos mismos puedan desconocer este dato y que renuncien a aceptar identificarse en esa condición o a ser conscientes del triunfo de lo banal que encarnan en muchas ocasiones. Porque el resultado sería una mayor dedicación a sus intereses que a los de los ciudadanos a los que representan legítima y continuadamente.

Thomas Jefferson, tercer presidente de EE.UU., considerado uno de los fundadores de la nación estadounidense, nos dejó una frase lúcida al respecto, que figura en muchas antologías. Reza como sigue: «Cuando los gobiernos temen a la gente, hay libertad. Cuando la gente teme al Gobierno, hay tiranía». Y esto es así en todo el mundo.

La retahíla de reflexiones al respecto no tiene límites y no es cosa de intentar volcarlas en un artículo como este. Pero sí que me ha parecido plausible y oportuno recordarnos a todos que quizá la ironía de George Bernard Shaw se desmadró cuando dijo que «los políticos y los pañales deben de ser cambiados con frecuencia… ambos por la misma razón». Y esto puede parecer razonable, al menos cuando solo se sirven a sí mismos y no dejan de conspirar.