Desde el momento en que The Crown empezó a diseccionar sobre la mesa de operaciones de la pantalla la vida y obra de la familia Windsor, el espectador había fantaseado con el momento en que sus creadores tuvieran que poner bajo el microscopio sus años más peliagudos. Ese momento llega con la quinta temporada de esta superproducción de Netflix, que aparta por momentos el foco situado sobre la reina Isabel II, en su enésima reencarnación en la piel de Imelda Staunton, para dejar más espacio a los personajes que la circundan.
La gran aportación de The Crown en sus primeros momentos fue su capacidad para revelar aspectos menos conocidos de una monarca que era ya un icono mundial. Sus rasgos más personales, su relación con Winston Churchill como mentor y momentos como la catástrofe de Aberfan brindaron escenas brillantes de documentación a las primeras temporadas. Ahora, con las recreaciones de Carlos y Diana en el foco de atención, la serie se ve abocada a centrarse en sucesos y figuras muy conocidos, que han sido pasto de la prensa amarilla más corrosiva. En su tarea de contar al espectador lo que este ya conoce y espera, la serie se escora más hacia un telefilme premium que hacia la obra maestra que aspira a configurar un canon sobre la monarquía británica.