Cáncer de ovario, enemigo silencioso

Manuel Macía Cortiñas PROFESOR TITULAR DE OBSTETRICIA Y GINECOLOGÍA DE LA USC Y JEFE DEL SERVICIO DE OBSTETRICIA Y GINECOLOGÍA DEL CHUS

OPINIÓN

Quique García | EFE

27 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En España se diagnostican unos 3.300 cánceres de ovario anuales, con una mortalidad en torno a las 1.900 mujeres. En Estados Unidos, se dieron este año 19.880 casos, con resultado fatal esperado para 12.810. La tasa de supervivencia global a cinco años está por debajo del 50 %. Así, el cáncer de ovario representa el cuarto tumor en incidencia entre los ginecológicos, por detrás de mama, endometrio y cérvix y, sin embargo, se sitúa como el primero en mortalidad en los países desarrollados. ¿A qué se debe esto? ¿Cómo podemos abordarlo? 

La edad de aparición más frecuente es entre 45 y 75 años, con una media de 63. En torno al 80 % se diagnostican en estadios avanzados (III y IV). Se estima que alrededor de un 15 % tienen un carácter hereditario o familiar, y la mayoría son de estirpe epitelial.

El grupo heredofamiliar está creciendo a medida que aumentan nuestros conocimientos sobre nueva mutaciones implicadas (BCRA1, BCRA2, ATM, PALB-2 MMR) y síndromes como el de Peutz-Jegher o el cáncer de colon familiar no polipoideo, o la poliposis asociada con MUTYH.

Cuando nos enfrentamos con cualquier cáncer tenemos tres puntos para abordarlo: evitar su aparición (prevención primaria, lo ideal); diagnóstico precoz (en general, mejora las posibilidades terapéuticas); y tratamientos más eficaces.

La prevención primaria, a día de hoy, se limitaría, en el caso del ovario, a la utilización de anovulatorios (disminuyen hasta en un 50 % el riesgo de desarrollarlo) y la cirugía profiláctica (extirpación de trompas y ovarios) en mujeres con antecedentes familiares. La actuación sobre otros factores de riesgo epidemiológico (envejecimiento, sobrepeso, maternidad tardía, esterilidad) son de difícil manejo, sin que renunciemos a ello.

En cuanto al abordaje terapéutico, se han producido grandes avances. Tanto en el ámbito quirúrgico, con cirugías radicales y ultrarradicales como la peritonectomia, tendentes a eliminar la totalidad del tumor clínico, como en el ámbito de la oncología médica, ya sea con los quimioterápicos, en especial el grupo de los taxanos y platino, como en las llamadas terapias dirigidas, anticuerpos monoclonales, fundamentalmente antiangiogénicos (Avastatin) o los inhibidores de PARP, fármacos selectivos frente a determinadas actividades tumorales, lo que permite, en casos seleccionados, restringir el crecimiento tumoral y cronificar la enfermedad.

Todo ello ha conseguido una mejora significativa en la supervivencia en estos tumores en los últimos años, pero a todas luces insuficiente.

Es en la tercera pata, el diagnóstico precoz, donde está claro que tenemos más recorrido de mejora. La clínica es inespecífica: molestias abdominales, dolor, distensión, intolerancia a comidas, pérdida de peso; decía algún autor clásico que es un tumor que crece en «mares de bicarbonato», y aparece en estadios avanzados. La ecografía vaginal y los marcadores tumorales séricos, como el Ca 125, son poco sensibles y específicos, sobre todo en estadios iniciales, no habiendo demostrado disminución en la mortalidad en población asintomática, y sí un gran número de intervenciones innecesarias que tendrían una utilidad limitada en mujeres de alto riesgo.

La llamada biopsia líquida, detección de DNA o RNA tumoral en circulación periférica, es una interesante expectativa en este diagnóstico precoz del que ahora carecemos y, si bien debemos avanzar en todos los aspectos, este parece el nudo gordiano en la lucha contra esta enfermedad silenciosa.