Llega una jornada política decisiva al Congreso: se aprueban, con mayoritario respaldo, y pactos onerosos, los Presupuestos de un Gobierno en minoría; se acelera una polémica reforma legal; y, ahí es nada, se ponen en marcha nuevos impuestos.
Con este panorama, va el tercer partido más votado en las últimas elecciones y, consciente de su casi absoluta irrelevancia fuera de Madrid, Murcia y Castilla y León, decide montar un alboroto para que les hagamos caso. ¿Se les ocurre hacerlo con una propuesta política razonable y viable? No, ¡por Dios y por España!, ellos no aran esos campos. ¿Para qué hacer algo productivo? Es mejor convertirse en trending topic al insultar a una ministra, Irene Montero, y provocar un torrente de odio similar al que en su día intentaron desatar contra Begoña Gómez, la mujer de Sánchez, por el simple hecho de ser su pareja.
Como los de Vox (no se merecen ni esta mención) repiten la jugada machista con frecuencia, buscando notoriedad y votos, habrá que preguntarse si les funciona, si les permite llegar a más electores allende los fachos (vean la película Argentina, 1985) que ya les siguen. O si se trata de una pura maniobra defensiva, destinada a frenar un agudo declive y a mantener el caldo de indignación y populismo que les permitió lograr 52 escaños tan «eufóricos» como inútiles. ¿Por qué no vuelven a presentar una moción de censura? Tendríamos que aguantar un largo y tópico discurso ultranacionalista, pero pasarían otra vez por debajo del futbolín.Y podríamos permitirnos alguna que otra sonrisa para oponer a sus eternas ganas de bronca.