El 23 de marzo del 2009, en una pequeña plaza de Madrid reapareció Pablo Iglesias tras la baja de paternidad de sus primeros hijos. «VuELve» era el escueto lema de una imagen en la que solo se distinguía su perfil y que pretendía convertirle en una especie de mesías de la izquierda radical en la víspera del 28 de abril, donde consumó su primer gran frenazo electoral pero consiguió salir vivo para optimizar sus votos menguantes y, siete meses después, convertirse en vicepresidente de Pedro Sánchez.
Donald Trump no buscó un cartel similar, pero sí el mismo tono mesiánico para confirmar una vuelta a la arena electoral que todo el mundo daba por descontada. El magnate, 76 años, nunca digirió su derrota ante Joe Biden, alentó toda clase de teorías de la conspiración e incluso el asalto al Capitolio, y los problemas judiciales se le multiplican. Conserva una ruidosa prole de fanáticos, pero su tirón entre los más radicalizados republicanos no bastó para derrotar a los demócratas en las elecciones de mitad de mandato. Una semana después de Halloween, la calabaza seguía siendo calabaza, aunque su partido controle el Congreso, esta vez democráticamente, Biden salvó el órdago y los ojos se posaron en el liderazgo, o la falta de él, del hombre que se hizo rico especulando.
El mundo ha seguido empeorando, pero muchos nos preguntamos si su política aislacionista y su proteccionismo no hubieran agravado aún más la situación. Dicen los primeros estudios poselectorales que muchos votantes están hartos y que podrían darle la espalda. ¿Le quiere alguien más, aparte de Putin?