La ley d'Hont es menos proporcional de lo que parece, sobre todo cuando las circunscripciones son las provincias, unidades del siglo XIX que no encajan bien la diversidad. La ley favorece a los partidos mayoritarios. A un año vista de las elecciones generales, sabemos que los escaños primero y segundo de cada provincia van a ser para PP y PSOE o viceversa, salvo en algunas provincias vascas o catalanas, pero el tercer escaño va a estar muy competido.
Para ese tercer escaño será clave la concentración o la dispersión del voto. Aún no sabemos si por ese tercer escaño competirán tres, Vox, Sumar y Podemos; o dos, Vox y Sumar, u otros dos, Vox y Podemos. Si compiten tres, el beneficiado será Vox e indirectamente el PP. Si Vox consigue muchos de los terceros escaños, el beneficio del PP será relativo, porque gobernará maniatado por un partido legal, nominalmente democrático, pero con propuestas anti sistémicas. Si compiten dos, el voto a la izquierda del PSOE se convertirá en un voto útil para dar una segunda oportunidad al Gobierno de coalición. Sabemos que Vox será uno de los dos, pero no sabemos cuál será el otro; ni siquiera sabemos si será un partido o una plataforma.
En unas elecciones presidencialistas, con candidatos personalistas, la imagen resulta tan determinante en la valoración de los líderes como su función o gestión. Ahora bien, ¿qué líderes van a competir por el tercer escaño? Santiago Abascal, cuco que ha puesto sus huevos en el nido del PP para luego echar a sus polluelos, es caudillo nato de nostálgicos y cabreados. Yolanda Díaz, bien valorada por su gestión en un ministerio difícil en un momento difícil, es lideresa de una izquierda difusa, entre laborista y feminista. Pablo Iglesias, que se fue sin irse, que anunció sucesora pretendiendo tutelar la sucesión, quiere continuar siendo líder desde las tertulias. El personalismo requiere agenda propia; la egolatría no necesita agenda. El escaño para quien lo trabaja, incluido el tercer escaño.