La caída de Occidente y los ultras

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Antonio Lacerda | EFE

01 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No aprendemos. En los libros está la caída de Roma y vamos, paso a paso, hacia la caída de Occidente. El progreso, de la mano del capitalismo que sacaba tajada, parecía no tener fin en los países occidentales. Pero cada vez más síntomas anuncian que la montaña se está moviendo u horadando o que está ya hueca. Este cronista escuchó a un alcalde muy conocido comentar que los ciudadanos no tenían límites: «Ahora me piden una piscina con gimnasio y sauna en cada barrio. Son insaciables».

Llegó el palo del 2008 y no aprendimos nada. Vino la pandemia y fuimos a peor. Ni rastro de ese buen rollo y esa fraternidad que algunos optimistas pronosticaron. Al revés, la soga se tensó por los dos extremos, gracias a la política, al veneno de las redes sociales. En España por un lado tira Vox, pero por el otro Podemos.

La noche del domingo vivimos una nueva carrera hacia el borde del acantilado en Brasil. El voto es soberano. O debería. Para los dos candidatos. Para el que gana y para el que pierde. Brasil se partió por la mitad. La diferencia de la primera vuelta entre Lula y Bolsonaro bajó de 6,2 millones a 2,1 millones. 58 millones de brasileños quieren a Bolsonaro. Sesenta millones a Lula. Un estrecho margen que presagia catástrofe, en un territorio clave para el planeta. Los genios politólogos que veían una victoria de Lula por tres o cuatro puntos están recogiendo sus bártulos.

Trump, el Bolsonaro de Estados Unidos, sigue soñando con volver. O se lo impiden o volverá. Y probablemente sumará otros 72 millones de votantes, una avalancha de poder que obligó en su día a un mal candidato como Biden a movilizar a 77 millones para que Trump no repitiese mandato.

La cuna de la Ilustración, pobre Voltaire, no ofrece mejor pronóstico para los occidentales. Venció Macron, pero solo convenció a 18,8 millones. Marine Le Pen se encaramó al mejor resultado de su historia: 13,3 millones. ¿De dónde salen sus votantes? Pues de la clase obrera. Parece un sueño, pero es pesadilla.

Italia ya consumó el giro. Giorgia Meloni, el primer ministro, fue apoyada por 7,3 millones de italianos, a los que sumó los casi cinco millones que consiguieron Salvini y Berlusconi, para hacerse con el poder. Ha comenzado de manera suave, pero debajo del guante está la garra del águila. No lo duden.

Por si no les llega con los números absolutos, tengan unos porcentajes de voto de ultraderecha en diversos países de Europa, esas cifras que tan felices hacen a Putin y a los chinos: Hungría, el 68,3; Polonia, el 50,4; Suiza, ¡Suiza!, el 26,7; Eslovenia, el 29,1; Suecia, el 20,5; Países Bajos, el 15,8; y hasta Alemania, sí, donde Hitler, ya está alcanzando el 10 por ciento. Un festival.

Santiago Abascal, el líder de Vox, sin salir de nuestras fronteras, obtuvo un 15 por ciento en las últimas elecciones: 3,6 millones de españoles le apoyaron. Los síntomas están claros: la desigualdad galopante, un mundo sin certezas, un futuro en el aire, los jóvenes población diana. La enfermedad está servida. ¿Alguien sabe cómo nos curamos?