Obituario

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

miguel souto

29 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado año fallecieron en Galicia 32.851 personas, según el INE, y la pandemia supuso un incremento del 5 por ciento. Son nuestros muertos, los que tienen su día de oración y memoria, de recuerdo piadoso, en la conmemoración anual de los fieles difuntos que inaugura todos los noviembres.

Los camposantos son estos días jardines floridos, una orgía floral. Pronto se agostarán, se marchitarán las flores recordatorias, las rosas y los pensamientos, los ciclamen y los crisantemos mas tristes del otoño; pronto las sombras de las tardes más cortas y mermadas con el cambio de hora volverán a poblar los cementerios.

La muerte, en estos tiempos de prisas en los que se rinde culto al cuerpo, está muy desprestigiada, irse para siempre es el último fracaso vital. Empiezas a morir cuando naces, la vida es un río que desemboca en la laguna Estigia, un río que no es posible volver a cruzar, sus aguas te conducen a la eternidad.

El día de los muertos se ha transformado por arte de magia y márketing en la celebración infantilmente banal del Halloween, en la fiesta anglosajona del truco o trato, heredera universal de la tradición celta y gaélica del Samaín, a la que los gallegos no somos ajenos.

Nuestros druidas ancestrales celebraban con noviembre la fiesta de los espíritus, que comenzaba cuando empieza la estación oscura. El Samaín gaélico era el fin del verano.

Para mí sigue siendo el Día de Difuntos, y yo enciendo virtualmente mariposas de papel encerado que flotan en un recipiente de agua con aceite como homenaje de gratitud a las ánimas que habitan la memoria de mis muertos. Este año añado a cuatro amigos queridos que se han ido al otro lado del río y no regresarán.

Es un obituario colectivo que dedico a nuestros difuntos en su día anual, subrayado en el calendario de la vida, en el personal almanaque donde la muerte es un santo y seña de noviembre.

La muerte no tiene —parodiando a García Márquez— quien le escriba, es la antesala del olvido, el largo adiós de las despedidas. La inaudible oración fúnebre que no queremos escuchar. No es un día después, es el después de los días, un camino sin encrucijadas, un viento helador que va tatuando fríos en las almas. Mi obituario plural va para ellos, especialmente para los muertos anónimos y para aquellos que no tienen a nadie que los recuerde. Para ellos, mi oración y mi homenaje.