
Él se llama Juan. Un Juan Nadie, como la película de Frank Capra. Incluso se parece físicamente al protagonista, Gary Cooper. Una mañana quedamos. Un café. Los bares, dijo él, no son lo que eran. A él le gustaba acompañar su cortado con un cigarrillo. Ya ni en las terrazas es posible. Continuó: nos persiguen, en pro del bien común, los fumadores somos una especie a extinguir… qué pena que no hagan lo mismo con los necios. Habíamos quedado porque alguien me dijo que Juan estaba mal. Llevaba años pasando una mala racha. Quién lo diría. Un hogar feliz, una profesión segura con buenos honorarios, dos hijos universitarios. Y triste. Tan triste que sus ojeras se confundían con el color del café. Sus ojos, acuosos, anunciaban las trompetas del Apocalipsis.
Habían fallecido sus suegros. De pena, me dijo. Eran dos emigrantes en el País Vasco. Les había ido bien. Con esfuerzo construyeron una casa en el pueblo. También compraron un piso en San Sebastián. Lo vendieron cuando decidieron regresar a Galicia. Era mucho dinero. No sabían qué hacer con él. A finales del 2005 los visitó un agente de Fórum Filatélico. Los convenció con «una buena inversión». Juan había investigado. Sin duda era el mejor lugar para tener su dinero. Casi treinta años de funcionamiento, con todas las garantías del Estado. Además, con un equipo en la primera división del baloncesto español. Hasta los reyes de España participaban en sus eventos. Los presidentes del Gobierno y los ministros firmaban en sus libros de honra. Unos meses después de haber depositado en Fórum Filatélico todo lo que habían cobrado por el piso, un fiscal imputaba a sus responsables por un delito continuado de estafa. El juez que instruía en mayo del 2006 la causa, ahora es ministro, Grande Marlaska. Pasaron los años. Condenaron a los estafadores, por supuesto. Pero los suegros de Juan solo llegaron a cobrar el 23,5 % de lo invertido. Juan insiste: se murieron de pena.
Pidió otro café. Prosiguió. Él y su mujer habían ahorrado dinero. En una sucursal bancaria los invitaron a invertir en acciones. Nada más seguro que el Banco Popular, toda una institución, les dijeron. A primera hora de la mañana del 7 de junio de 2017, el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) ejecutaba la resolución del banco. Lo vendían por un euro. Se demostró que las cuentas eran falsas y que su patrimonio rondaba los 11.000 millones de euros. Juicio. Ganó en primera instancia. Le devolverían hasta el último euro. Respiró. Hasta que el pasado mayo Europa dijo que se olvidase del dinero. En segunda instancia, efectivamente, los tribunales fallaron en su contra y en la de miles de accionistas.
Yo quise darle ánimos: tarde o temprano se hará justicia, dije. Se levantó de la silla. Desde sus ojeras me contestó: cuando me hablan de la justicia, querido amigo, me entran ganas de llorar.