Cambio en Suecia

Cristóbal Ramírez PUNTO DE VISTA

OPINIÓN

JESSICA GOW | EFE

27 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En Suecia había en 1974 tres grupos de extranjeros: los finlandeses, los estadounidenses y los españoles. Los primeros se dedicaban a trabajos poco cualificados. Los segundos eran desertores de la guerra de Vietnam. Y los españoles, muy pocos también, o estábamos de paso o habían pedido asilo político. No recuerdo ni una sola persona con la piel negra o de color oliva. Los habría, pero sería un número totalmente simbólico. En mi última visita, en diciembre pasado, el paisaje humano había cambiado y adentrarse en algún barrio de inmigrantes era todo menos recomendable. Es esa inmigración muy alta en términos porcentuales —20 % de la población— la que explica la derrota de una izquierda cegata en las últimas elecciones suecas. Si en 1974 se hablaba de dictaduras aquí y allá, y de una clase obrera que en buena parte de Europa todavía comenzaba a disfrutar del estado de bienestar en el 2022 los problemas no son que el hijo de un obrero estudie o que tenga un teléfono móvil. Los problemas radican en el miedo a que el otro entre como elefante en cacharrería.

Salvando multitud de excepciones, ese otro se ha integrado en lo que no tuvo más remedio que integrarse. Y el deseo de crear su gueto, con sus costumbres, su religión y sus prohibiciones (léase carne de cerdo en los colegios, por ejemplo) ha sido interpretado por la izquierda como un todo vale, y por la mayoría social como un peligro a su modo de vida.

Por supuesto que hay lugares donde esa integración funciona. Sin embargo, no son pocos los inmigrantes que vienen de invitados pero no aceptan el menú que se les ofrece, intentado imponer el suyo y aduciendo para ello que hay que respetarlos como son. Lo llaman multiculturalismo. No entender eso como la causa de la pérdida de votos de la izquierda es, por una parte, insuflar aire en las velas de los partidos ultraderechistas y claramente racistas y xenófobos, como el DS sueco, el segundo en número de votos. Y por otra, promover la inestabilidad social. Magdalena Andersson, primera ministra del país nórdico, se dio cuenta de ello demasiado tarde. Esa lentitud de reflejos le ha costado el cargo. Y Suecia está a punto de ser cogobernada por la ultraderecha. A ver si alguien espabila y se entera.