Entre Banderas y el patriarca

OPINIÓN

Ricardo Rubio | EUROPAPRESS

12 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Algunas de las mejores novelas de la historia de la literatura española han sido escritas por gallegos. La Colmena o el Pascual Duarte o Mazurca para dos muertos figuran sin duda entre las obras inmortales en español. También el Don Juan, de Torrente Ballester, o La saga/fuga de J.B. Olvidamos a menudo uno de los romances que inició el ciclo de obras maestras en español a principios del siglo XX: Tirano Banderas del maestro Valle-Inclán. Don Ramón escribía mejor que ningún otro. Las palabras eran para él notas musicales que colocaba con habilidad portentosa página por página. Sin quererlo, el maestro inauguró (aunque inaugurar no sea el verbo acertado) con Tirano Banderas un género literario que algunos críticos han denominado novelas de dictador. Son muchas las escritas desde entonces, e incluso antes (de ahí el error del verbo «inaugurar»), pero ninguna con tanta calidad. Habría que esperar a La fiesta del chivo de Vargas Llosa para encontrar otra novela poderosa en la dicción, construcción y sabiduría. El otoño del patriarca no es la mejor novela de García Márquez. Técnicamente es prodigiosa y nos sirve a los que explicamos literatura para subrayar argucias técnicas, pero peca de inverosimilitud y acusa un hiperbólico tratamiento «antigramatical».

 No es una novela de lector, sino de profesor. Es decir, sirve para la docencia y la hermenéutica literaria, pero ahuyenta al público masivo por su complejidad. Que esta novela haya saltado a la actualidad es una noticia pésima. Por varios motivos. En primer lugar porque la actualidad, tan zafia, no la merece; en segundo término, porque se ha utilizado de modo torticero tanto por unos como por otros.

Ignoro quien le ha hecho citar El otoño del patriarca a Núñez Feijoo. Ha sido un error. Y no porque Sánchez pudiera sentirse ofendido, sino porque resulta antinatural poner en boca de Feijoo el texto más barroco e inextricable de Márquez.

Me gustaría saber cuántos políticos han leído las adversidades de Zacarías. Lo llaman así una sola vez a lo largo de todo el texto (siempre lo tratan como patriarca o general). Es analfabeto. Empieza a leer de viejo. Crea terror. Y, sobre cualquier otra peculiaridad y a pesar de su inane cultura, practica asiduamente la egolatría y el culto a sí mismo.

De eso sabemos lo suficiente en esta España apagada, sin luces, y medio marchita. Somos un símil del ejército de Pancho Villa. No se sabe ni quién manda ni quién es el mandado. Unos ministros dicen una cosa; otros, la contraria. La verdad es una quimera.

Y el presidente, que debiera ser imagen de sensatez y altura gestora, se dedica a la reyerta dialéctica o el dicterio contra el líder de la oposición. Son errores graves, pero no más que la elección de sus socios o su política energética o económica.

Y de sus errores se beneficiará Alberto Núñez Feijoo. Hacer de una novela una afrenta resulta enternecedor. Santos Banderas y Zacarías son por fin recordados.