Carlos hereda una silla eléctrica

Tomás García Morán
Tomás García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

TOBY MELVILLE | REUTERS

10 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El último servicio de Isabel II ha sido morirse cuando más falta hacía. Los británicos necesitan un baño de autoestima y ahora lo tendrán porque nadie más, acaso el Vaticano, es capaz de desplegar el alarde ceremonial que veremos en las próximas dos semanas.

El problema vendrá después de que los restos de la reina desciendan a la cripta de Windsor en la que descansan los de su marido. Carlos hereda un reino que se cae a pedazos, golpeado por escándalos políticos de naturaleza inédita, con su economía duramente zarandeada y con innumerables amenazas, muchas de ellas causadas por un denominador común que arrancó la era política actual: junio del 2016, el referendo del brexit. El homenaje patriotero que se quisieron dar la mitad de los británicos, sin medir sus consecuencias, fue el pistoletazo de salida de la ola populista que nos asola. En pocos países como en el Reino Unido ha prendido con tanta fuerza el virus identitario, y la última prueba es la elección de Liz Truss para sustituir a Johnson.

Precisamente ha sido Truss la que se ha referido a la reina difunta como «la roca sobre la que se construyó la Gran Bretaña moderna». Ahora veremos si Isabel II era poco más que un florero, como ocurre con muchas monarquías parlamentarias, o si era esa primera piedra imposible de reemplazar.

En sus 70 años de reinado, la monarca vio cómo el imperio británico acababa por despedazarse, reducido al ámbito de un ente de escaso valor como es la Commonwealth. También cómo el norte de Inglaterra dejaba de ser una gran potencia industrial. Pero en cambio, fue el gran estandarte de lo que se conoce como el poder blando británico, esa capacidad construida sobre la autoridad moral de haber librado a Europa del horror nazi, de influir en el resto del planeta a través de la cultura popular, la música, el fútbol o las finanzas. Lejos de ser la grandísima potencia mundial de los siglos XVIII y XIX, el Reino Unido, de apenas 67 millones de habitantes, sigue marcando la pauta sobre cómo hablamos, cómo nos vestimos, cómo nos peinamos o qué música escuchamos el resto de habitantes del orbe.

Ahora Carlos no hereda un trono, sino una silla eléctrica. Todos los resortes sobre los que su madre construyó el reinado están en el aire. La unión con el resto de Europa, que después de la Segunda Guerra Mundial parecía indestructible, se ha evaporado. Irlanda y Escocia, dos problemas que parecían enterrados, amenazan con volver a la escena política. Los ciudadanos ya sufren las consecuencias del brexit en su propia piel: graves problemas para entrar y salir de las islas, enormes carencias de mano de obra en puestos clave, desabastecimiento de productos básicos... Todo ello con Londres como principal objetivo militar de Putin, al menos de boquilla, y con todos los problemas que la guerra de Ucrania están causando en el resto de Europa: crisis energética, inflación galopante, recesión económica a las puertas… Truss y Carlos no son precisamente Churchill e Isabel II. Pero tienen una tarea de tamaño similar.