Listas de espera: otro tipo de impuesto

Pascual Sesma Sánchez ESPECIALISTA EN MEDICINA INTERNA

OPINIÓN

07 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Suele afirmarse que la inflación es el impuesto de los pobres. De análogo modo, las listas de espera sanitaria podrían calificarse como la tasa sanitaria de los más humildes. Quien dispone de más recursos siempre puede recurrir a la sanidad privada, si considera que su problema de salud no puede esperar mas allá de un breve tiempo, muy inferior al que la lista oficial marca.

Toda lista de espera es el resultado de una demanda mayor que la oferta. En la economía de mercado pueden ocurrir estos desajustes, tal y como sucede en la actual crisis de microchips. Sin embargo, tiende a autorregularse, bien aumentando producción (más oferta), precios (menos demanda) o una combinación de ambos.

En el ámbito sanitario el problema resulta complejo. El proveedor dominante, el Estado, establece con escasa transparencia una determinada oferta de servicios. Razones presupuestarias, rigidez de gestión de recursos humanos o lentitud en adecuar la oferta de tecnologías resultan determinantes. La sanidad privada se mueve entre la subsidiariedad y el aprovechamiento de determinados nichos de mercado deficitarios en la sanidad pública, como consultas con largas listas de espera o tecnologías emergentes, aún escasamente implantadas (por ejemplo, cirugía robótica).

Desde el punto de vista del usuario que espera, la vivencia es muy variable. Ciertas demoras pueden resultar aceptables, por ejemplo, la cirugía de la vesícula en pacientes con pocos síntomas. Por el contrario, esperar un TAC diagnóstico, ante una sospecha de tumor maligno (real o supuesta por el paciente), puede generar niveles de angustia que hagan eternos los días. No es infrecuente que la información que el paciente maneja sea escasa, bien por una explicación deficiente, bien porque el paciente se bloquea, llegando en situaciones de estrés a procesar tan solo el 20 % de la información recibida.

Particularmente sangrante es la existencia de listas de espera en atención primaria, que constituye la puerta de entrada al sistema y debería resolver en torno al 80 % de los problemas. La falta de accesibilidad se hizo particularmente evidente durante la pandemia, cuando las restricciones fueron tales que resultaba una misión imposible acceder físicamente a los centros de salud. Se sustituyeron las consultas convencionales por simples llamadas telefónicas, algo que aún pervive. La falta de interacción personal va contra la misma esencia de la medicina y puede dar lugar a graves errores, debiendo reservarse la consulta telefónica para aspectos complementarios.

En definitiva, las listas de espera rompen el discurso de sanidad universal y gratuita, suponen una evidente pérdida de equidad y su resolución constituye una prioridad sanitaria de primer orden, requiriendo un plan estratégico, más que las habituales acciones puntuales anunciadas a bombo y platillos.