
Estos días he disfrutado con la lectura del libro Una historia con aguijón, del biólogo británico Dave Goulson, traducido por Catalina Martínez Muñoz. El autor, profesor de Biología de la Universidad de Sussex, es especialista en ecología y conservación de insectos, y en el libro nos cuenta una vida de fructífera colaboración con los abejorros de las islas británicas. Además, Goulson es un entretenido contador de historias que pueden gustar tanto a los aficionados a la historia natural como a los interesados en la conservación de la naturaleza preocupados por las consecuencias de algunos de los procesos de perturbación a los que hoy nos enfrentamos, como la crisis climática, los incendios de nueva generación, etcétera.
En el libro, el autor nos cuenta con gracia los efectos de la Segunda Guerra Mundial sobre los abejorros. Como los efectos de la agricultura extensiva, el uso de pesticidas y la pérdida de hábitat, fruto de la necesidad de aumentar la producción de alimentos. La diversidad de flores y abejorros sufrió las consecuencias de la guerra. Dicho de otra manera, podríamos atribuir su extinción a Hitler.
La parte más apasionante del libro tiene que ver con la historia del abejorro de pelo corto, extinguido en las marismas de Kent, pero conservado en zonas de Nueva Zelanda como consecuencia del envío de unas parejas de abejorros británicos en el siglo XIX. Goulson concentró sus esfuerzos en reintroducir ese abejorro en su tierra natal a partir de aquel sorprendente intercambio. Pero el fondo del libro trata de llamar la atención sobre la importancia de los abejorros en los procesos de polinización y la necesidad de su protección. Este desgraciado verano, en el que hemos perdido decenas de miles de hectáreas de bosques y flores, miles de abejorros y sus nidos habrán desaparecido calcinados, interfiriendo en los procesos de reproducción de muchas plantas.
Es difícil evaluar las pérdidas en términos cuantitativos de estos u otros grupos de insectos, pero sí podemos afirmar que la restauración ambiental va mucho más allá de los procesos de repoblación convencionales: se necesitan viejos troncos, suelos profundos y variedad florística en parches, para que la diversidad de las interacciones calcinadas comience a restablecerse. Decir que los incendios de las sierras de O Courel o La Culebra no han tenido efecto en las poblaciones de oso o de lobo, o que la restauración ambiental tras los fuegos será rápida, es una muestra más de la ignorancia que nos ha llevado a la situación actual. Como dice Goulson al final del libro, «tal vez si aprendemos a salvar una abeja hoy, podamos salvar el mundo mañana».