La crisis de la atención primaria

Rosendo Bugarín MÉDICO DE FAMILIA

OPINIÓN

María Pedreda

18 ago 2022 . Actualizado a las 10:07 h.

Como soy médico de familia, en muchas ocasiones y en diferentes contextos, me preguntan mi opinión acerca de los motivos de la grave crisis que sufre la atención primaria, ¿cómo hemos llegado a esta situación tan dramática? La verdad es que no es fácil contestar y tengo que reconocer que nunca pensé que esto pudiera llegar a ocurrir. No voy a ser yo quien exima de responsabilidad a los políticos y gestores sanitarios, a pesar de que se les hace la boca agua cuando manifiestan que nuestro nivel asistencial «es el eje del sistema» o que la atención primaria debe ser la «vertebradora», lo cierto es que estos son simples eslóganes ya que, realmente, nunca se lo han creído. Una prueba de ello son los estancamientos presupuestarios de los últimos años frente el crecimiento desmesurado, como un pozo sin fondo, que supone el gasto hospitalario. Se podrían invocar muchos más argumentos en este sentido, pero, a mi juicio no aportaría nada novedoso ya que sobre este aspecto -el de la deficiente gestión sanitaria- ya se han gastado ríos de tinta. Curiosamente, nunca se hace alusión a otros motivos probablemente por no ser políticamente correctos o por la ausencia de autocrítica.

Aun sabiendo que me meto en un terreno movedizo y que voy a originar polémica, y tal vez rechazo, creo que siempre es interesante introducir en el debate nuevos y provocadores argumentos: «la supuesta negligencia» de nuestros directivos no es suficiente para explicar la catástrofe a la que estamos aludiendo. Efectivamente constituye una de las «patas de la mesa» , pero, desde mi punto de vista, se podrían invocar, al menos dos «patas» más: una, relacionada con el compromiso de los profesionales y, la otra, con la responsabilidad de los usuarios o pacientes. En definitiva, se trata de una conjunción de hechos, de un trípode, que ha provocado la «tormenta perfecta» .

¿Realmente alguien puede pensar que los profesionales no tenemos ninguna responsabilidad? Cuando, hace ya más de 40 años, mi generación empezó a estudiar medicina, todos teníamos claros los sacrificios que implicaba, entre otros muchos, hacer guardias. Sin embargo, hoy en día, parece que esto no lo queremos asumir. Hace ya unas décadas, a través de nuestros representantes sindicales, presionamos para la exención de la obligatoriedad de la atención continuada y así hemos sido los responsables de que se crearan «dos atenciones primarias» paralelas —la de los centros de salud y la de los puntos de atención continuada— que actúan de forma estanca y sin ninguna sincronización ni coordinación. Hemos sido nosotros, los profesionales, quienes nos hemos cargado la continuidad asistencial, la longitudinalidad que debería ser inherente a nuestro ámbito asistencial.

Es cierto que nos han maltratado (y nos maltratan) pero también es cierto que nos hemos anclado en la queja continua y, en muchas ocasiones, «solo nos miramos al ombligo». Sin duda, nos merecemos mejores condiciones laborales, pero también es evidente que somos unos privilegiados en la realidad social que nos ha tocado vivir. Hacer referencia, como muchas veces hacemos, a las retribuciones económicas de otros países es, sin duda, una descontextualización demagógica.

Mostramos, una enorme rigidez y resistencia a los posibles cambios -que no nos saquen de la zona de confort- e inicialmente recelamos y rechazamos todas las propuestas de mejora. En otro orden de cosas, ¿qué podemos decir ante la extraordinaria variabilidad no justificada, tanto diagnóstica como terapéutica, que se evidencia entre diferentes profesionales y centros? o ¿cómo se pueden explicar las tasas tan altas de absentismo laboral que hemos alcanzado?

Lo peor de todo es que este descontento se lo transmitimos a nuestros residentes lo que se traduce en una enorme crispación y desencanto en las jóvenes generaciones. Les hemos robado el derecho a sentirse ilusionados y entusiasmados al comenzar el ejercicio de la profesión más bonita del mundo.Parafraseando a John F. Kennedy, no te plantees que pueden hacer los gestores para evitar el deterioro de la atención primaria, plantéate qué puedes hacer tú.

Se dice que en las últimas décadas hemos asistido al fin del tradicional paternalismo médico y que esta época se caracteriza por la preponderancia de la autonomía y la madurez del paciente. No lo comparto, nunca en la historia hemos tenido una sociedad tan infantilizada y dependiente de los servicios sanitarios como en la actualidad. Por un lado, la capacidad de autocuidados es mínima, por otro, la medicalización de la vida cotidiana ha alcanzado cotas inesperadas.

«¿Cuándo ha comenzado con la fiebre? Esta mañana ¿Qué temperatura ha alcanzado? 37,2ºC que para mí es fiebre ¿Ha tomado algún medicamento como paracetamol? ¡No! Nunca tomo nada sin que usted me lo prescriba», este es un ejemplo de diálogo real, y no excepcional, en nuestras consultas. La solicitud reiterada, repetitiva de «chequeos», analíticas («y que sean completas»), radiografías, resonancias, derivaciones al hospital, está al orden del día. Curiosamente, a nadie le preocupan sus niveles de radiación derivados de las pruebas de imagen a las que se ha sometido o los riesgos de la polimedicación. Los pacientes además de tener «su médico», también tienen «su fisio» y «su psicólogo». El fracaso escolar, un disgusto sentimental, un divorcio, la pérdida del empleo o simplemente la tristeza, se convierten en problemas de salud que demandan «ayuda psicológica». Se pretende arreglar todo con un medicamento y, por supuesto, los cambios en el estilo de vida ni hablar de ellos. ¿Qué hacer cuando el paciente dice «que viene a por la baja? ¿Por qué hay diferencias tan abrumadoras entre los días de baja de los autónomos frente a los de los asalariados? ¿Cómo es posible que la sociedad no se alarme y no repudie el hecho de que, todos los fines de semana, los dispositivos de urgencias se llenen de adolescentes con intoxicaciones etílicas? Paradójica y tristemente, estamos dedicando, de forma pasiva, reactiva, demasiado tiempo a personas que son jóvenes y sanas en detrimento de la proactividad que requieren las necesidades de los pacientes mayores con enfermedades crónicas.

Por otra parte, la asistencia sanitaria se concibe como un bien de consumo parecido a un cajero automático, todo tiene que ser «para ya» y se considera una ofensa apelar al uso juicioso del sistema. El «yo soy el que te pago» lo justifica todo. «Vengo a las 14 horas, sin cita, ya que no puedo permitirme el lujo de dejar de trabajar”, «se me han acabado las recetas y está el fin de semana por delante», «necesito un certificado médico y mañana es el último día para entregarlo». Con frecuencia, un problema banal, como por ejemplo un dolor de garganta, puede suponer hasta tres contactos, sin cita, con el sistema sanitario. En definitiva, no es inusual la relación egoísta de muchos usuarios con el sistema y valores como la responsabilidad y el compromiso no tienen cabida en la realidad actual. Como directivo, como profesional o como paciente, ¿soy un obstáculo o soy parte de la solución?