Taiwán, China y un quijote gallego

Jorge Quindimil COORDINADOR DEL GRADO BILINGÜE EN RELACIONES INTERNACIONALES. UNIVERSIDADE DA CORUÑA.

OPINIÓN

María Pedreda

12 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Conflictos internacionales como el de Taiwán parecen no tener solución. Y a veces es mejor que no la tengan. La política retorció el derecho en el conflicto taiwanés hasta crear un limbo jurídico en el que cualquier solución podría suponer una catástrofe.

Taiwán pertenecía a Japón en 1945 cuando se rindió ante las potencias aliadas que le dieron el control de la isla a la República de China. La victoria comunista en la guerra civil en 1949 dio lugar a la República Popular China y al exilio del gobierno de la República de China a Taiwán. Cuando Japón renunció de iure a Taiwán en 1951 ya era territorio chino, pero ¿quién era el legítimo representante de China, Pekín o Taipéi?

Durante años, la República de China, miembro fundador de Naciones Unidas, fue el representante legítimo de China desde su exilio en Taipéi. Todo cambió en 1971, cuando la diplomacia de Pekín se impuso a la estadounidense en Naciones Unidas, logrando ser reconocida como la legítima representante de China. Fue considerada la mayor derrota de los EE.UU. en la historia de la ONUDesde entonces, China no dejó de incrementar su poder para aislar a Taiwán. El mundo acepta la posición de Pekín, pero con reservas. Socios estratégicos de Taiwán, como EE.UU. y la UE, aceptan que solo hay una China, pero no aceptan una solución pekinesa que no cuente con la parte taiwanesa.

El derecho internacional podría ofrecer una respuesta por la vía del principio de efectividad. Los hechos pueden crear normas y en el conflicto de Taiwán se han consolidado con claridad varios: El único gobierno legítimo de China es el de Pekín; Taiwán tiene todos los atributos de un Estado; y la mayoría de la comunidad internacional se relaciona con Taiwán «como si fuese» un Estado, pero sin reconocerlo como tal. Estos hechos apuntan hacia una solución con dos Estados: China y Taiwán. El problema es que ni China ni la mitad de Taiwán quieren esa solución, por lo que solo queda mantener el cómodo statu quo. Pero el tiempo juega a favor de esa vía, con una creciente presión internacional para incorporar Taiwán a organismos internacionales, y con un sentimiento identitario en la isla cada vez menos chino y más taiwanés.

China querrá imponer su voluntad, incluso por la fuerza, pero debería recordar algo que sucedió hace noventa años. Un gallego defendía a China y al derecho internacional ante el mundo tras la invasión japonesa de Manchuria. Ese gallego era don Salvador de Madariaga, y su acérrima defensa en la Sociedad de Naciones de aquella causa justa y de paz le valió el apelativo de «Don Quijote de la Manchuria». Sus palabras de entonces siguen siendo hoy tan lúcidas como idealistas: «El mundo tiene necesidad de orden. Pero el orden no es los uniformes y los soldados; el orden es la regla; el orden es el derecho». Esa es la solución ideal para Taiwán, la del derecho y no la de las armas. Veremos por cuál se decanta la política.