Observar el cine desde dentro a través de la mirilla privilegiada de un director es un pellizco que hace de la magistral serie Irma Vep uno de los descubrimientos de este verano. Solo desde el ingenio y un desmesurado sentido del humor se asume la pirueta de revisar, como hace Olivier Assayas, una película propia de 1996 para convertirla en una serie de televisión que es, a su vez, una reinvención de un clásico del cine mudo francés de 1915. Más talante todavía es preciso para trazar de uno mismo un autorretrato como el del director misántropo René Vidal. Todo en él y en la relación con la estrella de su serie, interpretada por Alicia Vikander, es oro puro.
Arte y negocio son el centro del debate en esta metaficción irreverente que ironiza a la hora de etiquetarse como un peaje de la nueva industria del entretenimiento. El director ficticio cae en el sobado cliché de reivindicar su trabajo como una película larga dividida en varias partes. Pero desde el púlpito de una marca como HBO Max, hoy en vías de reconversión por parte de Warner Bros. Discovery, el heterogéneo equipo artístico de la ficción abre en el tercer capítulo el debate sobre el bum del streaming, la tiranía de las audiencias y la dictadura los algoritmos. «Las plataformas necesitan contenido y lo alargan. Se adaptan al mercado. Es lo contrario del arte», sentencian.