A lo largo de la historia, son numerosos los casos en los que ciudadanos descontentos con la gestión política de sus gobernantes han asaltado su parlamento. El caso más mediático de los últimos tiempos ha sido la entrada por la fuerza en el Capitolio de Washington el 6 de enero del 2021. Pues bien, el miércoles 27 de julio una horda de seguidores del clérigo chií Moqtada al Sadr entró por la fuerza en el Parlamento iraquí. Instalados con intención de permanecer hasta que se atiendan sus demandas, protestan por la presentación como candidato a primer ministro, de Saaduni, un hombre del partido rival de al Maliki también chií.
La constitución iraquí de 2005, para atender la gran diversidad étnica y religiosa de la población propició el sectarismo político, de tal manera que, dado que los chiíes suponen más del 60 % de la población siempre obtienen la mayoría de los votos. Pero, en el campo chií, al igual que en el suní y en el kurdo hay una gran diversidad de facciones con intereses muy diferentes y, cada vez más antagónicos. En el campo chií destacan las coaliciones entorno al partido de al Dawa vinculado a Irán y liderado por al Maliki, y la de al- Sadr con un enfoque más nacionalista. La divergencia ideológica coincide además con la enemistad personal entre ambos líderes. Al Sadr no ha perdonado al Maliki por haberle atacado, con ayuda de EE.UU. en la Batalla por Basora del 2008.
Por si fuera poco, la filtración, a comienzos de este año, de la grabación de una reunión secreta entre al Maliki y varios activistas chiíes, reveló el interés de este por acabar con al Sadr y los kurdos, así como la posibilidad de dar un golpe de estado para lograrlo. Esta filtración cercenó las posibilidades de al Maliki de volver a ser primer ministro, pero no de nombrar a alguien afín. Así que, para combatirlo, al Sadr ha decidido actuar donde tiene más fuerza: en la calle. Un pulso que parece que se prolongará.