Volver al carbón solo agravará el problema

Manoel Santos COORDINADOR DE GREENPEACE EN GALICIA

OPINIÓN

24 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La ola de calor y fuego que sufre estos días Europa y en especial la península ibérica, que está perdiendo parte de sus mejores espacios naturales y viviendo enormes riesgos para la población, ha puesto en el centro del relato político la evidencia de un cambio climático que lo está cambiando todo de forma acelerada. Es solo el principio.

Por delante tenemos el gigantesco reto de resolver la que quizá es la ecuación más compleja de la historia de la humanidad y cuyo resultado debe incluir urgentes medidas de mitigación y adaptación a la nueva realidad. En esta ecuación hay no pocas incógnitas pero también palmarias certezas. La más limitante habla de la imperiosa necesidad de hacer una reducción de emisiones de gases con efecto invernadero, que Greenpeace cifra en al menos un 55 % para el 2030 respecto a 1990 y alcanzar el cero neto en 2040, en línea con las recomendaciones científicas. Y solo hay un camino, el abandono de la adicción a los combustibles fósiles. Ni el petróleo, ni el gas, ni mucho menos el carbón, el combustible fósil que más contribuye al cambio climático, tienen cabida en esta ecuación.

La desgracia de la guerra en Ucrania ha puesto de relieve la vulnerabilidad del sistema energético europeo y las décadas de políticas erróneas que nos han llevado a una irracional dependencia del gas que, no lo olvidemos, también agrava el cambio climático. Ante el incremento desproporcionado de los precios y una hipotética interrupción del suministro de gas ruso el próximo invierno, la Comisión Europea propone un plan de contingencia que incluye ahorro, almacenamiento de gas y la posible reactivación de una pequeña parte de sus térmicas de carbón. La paradoja salta a la vista. Un paso atrás equivocado e inaceptable que esperamos sea coyuntural y más relevante en lo cualitativo que en lo cuantitativo, porque desconcierta a los mercados y a la sociedad sobre el único sentido que puede y debe tener la transición energética.

Este plan ha obligado al Ministerio de Transición Ecológica a preguntar a Red Eléctrica (REE) si se reafirma en que el cierre de As Pontes, programado para este mes, no pone en peligro nuestro suministro eléctrico. Siendo España mucho más resiliente a la ausencia de gas ruso que buena parte de Europa y dada la limitada capacidad de generación de los grupos reactivables de la central, es dudoso que el suministro esté en cuestión. Veremos lo que dice REE. Pero sí puede ocurrir que parte de nuestra capacidad de almacenamiento de gas tuviese que destinarse como mecanismo de solidaridad a otros estados miembros.

Sea como fuere, esta no deseable pero posible dilación en el cierre de As Pontes debería ser muy limitada en el tiempo e ir en paralelo al mantenimiento de los compromisos de descarbonización y los convenios de transición justa, así como a un plan de abandono del gas en las actividades no esenciales en primer término. Siempre es mejor que volver a quemar carbón. Pero sobre todo debe servir para darnos cuenta de que si no aceleramos radicalmente la lenta transición a un sistema energético 100 % renovable y justo con la biodiversidad y las personas —junto a otras medidas de cambio ecosocial—, nuestro futuro inmediato estará en alerta roja permanente, como el color del fuego.