Impuesto a la banca: la política moderna de la improvisación

Patricio Sánchez PROFESOR DE ECONOMÍA FINANCIERA DE LA UNIVERSIDAD DE VIGO

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

14 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las medidas estrella propuesta por el Gobierno en el debate sobre el estado de la nación fue la relativa al nuevo impuesto a las entidades financieras. Esta actuación, de carácter excepcional y temporal, pretende recaudar 1.500 millones de euros al año con el objetivo principal de aliviar la inevitable expansión del gasto público mediante el incremento de ingresos. Desde su anuncio, la respuesta de las partes ha sido intensa y las opiniones han variado según de donde procedieran.

Intentando hacer sencilla una respuesta compleja, lo primero que se debe decir es que esta se trata de una medida pertinente, aunque como siempre en economía política, matizable y mejorable. No obstante, se debe hacer hincapié en este primer punto porque la situación económica es de tal gravedad que se precisa incrementar ingresos y, por tanto, decidir de dónde se obtienen.

¿Debe ser el sector bancario uno de los que arrime el hombro? ¿Debe ser uno de los «damnificados» en esta ocasión? Pues, nuevamente tratando de simplificar una respuesta para una situación poliédrica, bastaría con pensar con que, en la pasada crisis, justamente hace una década, dicho sector fue uno de los más ayudados desde el ámbito público con un rescate económico de casi 58.000 millones de euros (de los cuales, conviene recordar, apenas se recuperaron 5.000, menos de un 10 %).

En aquel momento estaba justificada la ayuda pública por su carácter estratégico (del que mucha gente renegaba). Del mismo modo, el sentido común apunta que en la actualidad, con un horizonte de subida de tipos de interés que repercutirá favorablemente en los beneficios bancarios, se proceda en dirección contraria.

Dicho esto, todos son matices y consideraciones que darían para reflexionar y, sobre todo, para advertir en contra de uno de los males de la política moderna: la improvisación. Cada vez nos acostumbran más a medidas parciales, puntuales, de carácter muy inmediato y que no forman parte de un programa completo. Y en este sentido quienes realizan críticas tienen razón. A modo de ejemplo, bastaría con señalar si el importe exigido es adecuado, si el período establecido también lo es o, si no sería posible, una discriminación entre entidades en función de su desempeño precisamente con la gestión de los fondos del rescate bancario.

Igualmente, otra consideración relevante tiene que ver con la comparación que se hace de la banca con el sector energético (especialmente, el eléctrico). Al haber sido incorporadas conjuntamente en el mismo paquete de medidas, puede dar la sensación de que son casos comparables. Y claramente no lo son. La expresión tan manida de «beneficios caídos del cielo» tendría cierta aplicación para las segundas, pero no para las primeras. Y eso conviene que quede claro a efectos de justificación.

Y para finalizar, como un dato vale más que mil palabras, basta quedarse exclusivamente con las cifras del impacto económico que el anuncio de la medida tuvo en la Bolsa. El sector bancario perdió en un solo día 5.000 millones, esto es, más del triple de lo que se pretende recaudar. Una sobre-reacción que muestra que cada vez las cosas son más complejas, especialmente para los analistas económicos.