Dada la situación que atraviesa la sanidad pública, vuelven a oírse voces que encuentran la solución en vetar dicha atención a los indeseables, a los vagos profesionales y a los sin papeles, para quienes solo debería haber una atención sanitaria de primeros auxilios. Más allá de consideraciones éticas y terminológicas (¿quiénes son esos indeseables?), los que así se manifiestan desconocen el peso real de tales ciudadanos en el gasto sanitario público: el chocolate del loro. Ya en el 2012 caímos en este error, no lo repitamos.
Las cosas van por otros derroteros y, mientras no lo reconozcamos así, el sistema seguirá deteriorándose. El envejecimiento de la población y la incorporación de las innovaciones terapéuticas en la clínica cotidiana suponen el gran caballo de batalla: se sabe desde hace tiempo y, a pesar de ello, no se han adoptado las medidas necesarias para abordarlo con rigor porque políticamente es una patata caliente.
Al amparo de la crisis financiera del 2008 se cometieron muchas barbaridades. Para ahorrar unos eurillos se mandó para casa, a veces de malas maneras, a médicos fabulosos que ya habían cumplido la edad de jubilación, pero que podían y querían seguir trabajando hasta los 70 años; plazas que no se sustituyeron o se sustituyeron en precario. Claro, ahora nadie o casi nadie quiere prolongar la edad de jubilación… Solo asumiendo los errores se puede sanar una situación difícil.