Noticia del verano

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

NEIL HALL | EFE

25 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En Stonehenge, en Inglaterra, alrededor de un círculo de piedra, un crómlech megalítico de cinco mil años, se celebra en estos días el solsticio de verano del hemisferio norte durante la noche boreal más corta.

En Suecia, el Midsommar es la gran fiesta del sol de medianoche del verano, en la que los adolescentes giran, bailan y trenzan cintas en torno a un palo adornado con flores. Es la gran celebración de la noche del 23 de junio.

En A Coruña se recibe el verano incendiando el cielo con las hogueras de San Xoán a pie de playa, que tienen su origen en las primitivas fiestas de fertilidad.

Por San Juan llegaba el verano, mi madre aseguraba que el Bautista bendecía las aguas de la mar y podíamos inaugurar los baños de olas.

Y tal día como este, cada año de mi infancia y adolescencia estrenaba por San Juan unas sandalias de cuero, franciscanas, siempre el mismo modelo, que me duraban todo el verano. Llegué a odiarlas.

Ya estamos en el más cálido y suave, en el más amable y luminoso verano de toda la Península. El clima gallego costero es propicio a un catálogo de brisas vespertinas que reconfortan cuerpos y almas, y, si la mañana no es propicia para la indolencia playera, el «esto abre», que despeja las nubes y distribuye a su aire los rayos del sol tímido, reafirma la tesis campesina de «nunca choveu que non escampara».

Doy noticia del verano desde la memoria de todos los que he vivido, de los infinitos veranos de mi juventud, de las fiestas de agosto, de la placidez de las noches paseadas, de la captura visual de las perseidas, las estrellas fugaces de San Lorenzo, de las lecturas sosegadas de los libros fundacionales de la gran literatura universal de Faulkner a Cunqueiro, de Stendhal a Cervantes, mis lecturas de las tardes de julio y agosto, y sobre todo de mi libro de cabecera de los veranos: Una bella estate (Un bello verano), de Cesare Pavese, en el que se condensa toda la magia y los juegos amorosos de la estación más intensa del año.

Y he recogido un ramillete de flores silvestres, las he dejado en agua al relente nocturno mientras agavillaba deseos que convertía en sueños, para lavarme la cara con el agua y el rocío de la noche más corta del año, cuando más o menos tiene lugar el solsticio en este hemisferio; y he vuelto a sentirme niño, recuperando el Peter Pan que fui en una noche de San Juan hace tanto tiempo. Noticia traigo de un verano.