Alguien en Netflix pensó que era buena idea poner un botón virtual para entregar el poder absoluto de nuestras pantallas al algoritmo y mostrar «cualquier cosa». Ese modo aleatorio llegó en el año 2021. Y aún sobrevive. Aunque lo han rebautizado, con acierto. Ahora se llama «sorpréndeme». ¿Para qué sirve? Para que las plataformas se parezcan cada día más a la tele de toda la vida, pero de pago.
El usuario ya no es el protagonista absoluto, el sujeto activo, que prima la calidad y la libertad de ver los contenidos que le interesen a la hora que le venga bien. La capacidad de elegir ha perdido importancia en favor del clásico «me tumbo a ver lo que me echen». Pueden ser maratones de autoproclamadas princesas del pueblo, bucles con los profetas gemelos del pladur, siete telenovelas turcas o quince películas de dinosaurios. Con las nuevas tecnologías, la capacidad de entretenerse sin esfuerzo aumenta hasta el infinito y más allá. No hace falta ni mando a distancia. Se le da una voz a Alexa o a otro asistente virtual y se le dice «ponme lo que quieras».
Es curioso y humano. Hay mucha oferta de series y películas. Nos abruma. Y nos conformamos. ¿Para qué buscar información y elegir, por ejemplo, ver el fantástico documental sobre Antonio Vega que el miércoles programó La 2 y fue trending topic ayer?