Los pueblos molan, pero...

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

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12 jun 2022 . Actualizado a las 12:47 h.

Sí, soy un pringado sin aldea. Traqueteas por las carreteras secundarias que te llevarán a la aldea prestada. Siempre has sido un huérfano de aldea. En el colegio llegaban los fines de semana y todos tus compañeros se iban a su aldea y tú te quedabas en la ciudad. Le preguntabas a tus padres cuando niño: ¿Nosotros no tenemos aldea? Y la respuesta era «saca de ahí».

Los desplazamientos más cortos de la pandemia nos han permitido recuperar las distancias cercanas. La proximidad. Hemos redescubierto que Galicia es un paraíso, donde la aldea es el corazón del paraíso. No se necesitan multitudes para ser feliz. Es más, sobran los dedos de una mano. En la aldea se está como Dios. A la fresca. Las sillas, al borde del camino. Cuando la terraza está en la puerta de tu casa. El tiempo se remansa. Y perder el tiempo es ganarlo.

El sol muriéndose cada tarde con una elegancia bestial en el horizonte de los montes. Las palabras justas. Las zonas casi sagradas sin cobertura, donde el móvil deja de ser el único móvil de tu vida ficticia. La aldea, el pueblo, como el divino lugar en el que no existe el trabajo para nosotros, los visitantes. Dejas de estar conectado 24 horas por 7 días, como una madre con sus hijos. El campo es una gozada. De visita. Vivir en él y trabajarlo es durísimo. Galicia y España no se toman en serio el rural. Ahora que aparecen campañas publicitarias que están arrasando en forma de reivindicar la vida rural, hay que poner los marcos a tanto aplauso falso. Ahora que los políticos son los primeros que mienten con sus proyectos que no existen de llenar la España vacía, vaciada, es el momento de contar que el campo es una maravilla, claro que lo es, pero hay que decir que faltan servicios para los que no están de paso.

Una compañía de calzado infantil, Pablosky, con sede en un pueblo de Toledo y en otro de Alicante muy conocida, que apuesta por lo natural, ha lanzado una exitosa campaña que se titula Los pueblos molan. Como mola lo natural, dicen. Y no faltan a la verdad. Los baños en el río. Cuando aprendiste a andar en bicicleta, porque tus hermanos te tiraron cuesta abajo por un camino, muertos de la risa, pero esa era la única manera de ahuyentar al miedo y espabilar rápido y para siempre. Pedalea, pedalea. Y pedaleabas hasta que dominabas el caballo de la bicicleta dejándolo bien manso para el resto de tu vida. Y hay un antes y un después de andar en bicicleta, como lo hay antes y después del primer beso.

Pero no es oro todo lo que reluce en el río. Importante: no hay que engañar. En los pueblos, en las aldeas, hay exactamente el mismo número de elementos que en las ciudades. Solo que son menos elementos tóxicos, porque hay menos habitantes que en las ciudades. Pero imbéciles e escuros hay los mismos, en proporción. Más importante todavía: insistir en que faltan servicios. Es imposible, o muy difícil, criar a los hijos con los medios que hoy todavía se ofrecen en el rural, más allá de las campañas de publicidad. Muy bonito, lo de la segunda vivienda, para el que puede. O la primera, pero siguen faltando cajeros, médicos, urgencias...

Eso sí, el silencio de la naturaleza sana. Entablar una conversión contigo mismo, no con el reflejo de una pantalla, desde luego que cura.