Negra cortina celestial

Jorge Mira Pérez
Jorge Mira EL MIRADOR DE LA CIENCIA

OPINIÓN

No disponible | EFE

22 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La obtención de la foto del agujero negro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, es uno de los hitos científicos del año. Un agujero negro es un cuerpo celeste fascinante por la concentración de masa que contiene. Si la Tierra se pudiese apretar hasta convertirse en uno, acabaría con su masa concentrada en una bolita de menos de 1 centímetro de radio. Curiosamente, para duplicar ahora su radio solo necesitaría ganar el doble de masa, y no 8 veces más (2 al cubo, lo esperable en una esfera). Eso hace que la densidad del agujero negro disminuya al aumentar de radio. La atracción gravitatoria alcanza en su entorno valores extremos, hasta el punto de que ni la luz puede salir de ahí (por eso son negros; el anillo brillante de la foto es el gas que lo rodea, incandescente por girar tan rápido). La teoría de la relatividad nos dice que, cuando dos observadores comparan sus relojes bajo atracciones gravitatorias distintas, el tiempo en la zona con mayor gravedad corre más lento. En el borde del agujero esa situación llega al extremo: si un astronauta pudiese estar en ese borde y dar un paso para entrar en él, al verlo desde la Tierra con un telescopio no lo veríamos entrar nunca. Lo que para el astronauta serían unos segundos en el borde, para nosotros serían millones de años. Por lo tanto, es una incógnita lo que puede haber detrás de esa cortina. Es una parte de nuestro Universo, sí, pero está vedada a nuestros ojos y su realidad puede ser muy distinta de la que conocemos, con unas fronteras entre el espacio y el tiempo completamente desdibujadas.