El retorno del deplorable burka

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

STRINGER | EFE

15 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Han estado muy comedidos. Se han reprimido al máximo, pero al final han sucumbido a la irrefrenable y perentoria necesidad de proteger la moralidad y frenar los incontenibles impulsos de los varones. Y, para ello, han restablecido una medida que todos llevamos esperando y temiendo desde hace nueve meses. Y es que, cuando el 30 de agosto del año pasado concluyó la espantada occidental de Afganistán, todos éramos conscientes de que las mayores víctimas del acceso de los talibanes al poder serían las mujeres y niñas. Tras dos décadas arañando derechos y libertades que a nosotros nos parecen absolutamente paupérrimos, pero que para las afganas suponían una conquista, se vieron privadas de ellos de un día para otro. El Ministerio para los Asuntos de la Mujer, que había defendido el acceso de todas las niñas y adolescentes a la educación, así como los derechos básicos que cualquier ser humano, hombre o mujer, tienen por el simple hecho de existir, fue clausurado de manera fulminante, siendo sustituido por el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio. Una institución cuya sola denominación ya produce urticaria y que ha ido poco a poco, pero de manera implacable, borrando a las féminas de la faz de la tierra.

Las adolescentes ya no pueden recibir educación y las mujeres solo pueden trabajar en la sanidad y la educación, pero, a la vista de las trabas impuestas, es casi imposible que ejerzan sus profesiones. La desesperada situación creada por el embargo internacional y la reducción de la ayuda extranjera han propiciado que hasta las niñas de ocho años sean vendidas para saldar las deudas de sus padres o para poder alimentar al resto de la familia. Y ahora, por fin, llega el burka. Las mujeres solo podrán salir de su casa completamente tapadas, de pies a cabeza, bajo la espesa e insufrible condena de un burka. La justificación es proteger la moralidad y evitar la lujuria de los hombres, la realidad es someter a la mitad de la población convirtiéndolas en úteros reproductores, criadas y cuidadoras gratuitas a perpetuidad.

Y no sé qué me indigna más, que los talibanes hayan fingido acceder a las exigencias occidentales o nuestro auto engaño sobre nuestra capacidad para forzarles a cambiar.