Eurovisión, la vida y Raffaella

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

15 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Se va Eurovisión. Su tribu ya piensa en el siguiente festival. Se quedarán tranquilos todos aquellos que se declaran hartos del soniquete. Las comparaciones son odiosas, pero habrá que perdonar su pasión a esta cofradía que solo saca sus santos una vez al año cuando el resto de los días cada uno sigue con la penúltima jugada del VAR, el «España nos roba», el «Cataluña nos insulta» y el leitmotiv de que este país no tiene remedio. Claro que existen temas más importantes, más acuciantes, más determinantes en la vida. Pero el petardeo no es patrimonio exclusivo de este escenario, aunque aquí es cierto que luce con esplendor y alegría. En el fondo, y también en la superficie, Eurovisión es como la vida misma. Esa sensación de que no siempre gana el que lo merece (como en todo), de que todo se mueve por intereses geopolíticos en los que suelen ganar los del norte (como en el tablero de la UE), y de que la norma es que España no pinte mucho.

Hay fans sufridos que han caminado por el desierto, como los seguidores de la selección antes de Luis Aragonés. Y sí, también ultras tóxicos, valga la redundancia. Pero de esos están sobrados el fútbol, la política y movimientos varios. No hay orquesta en directo y los músicos con instrumentos no tocan, lo fingen. Como fingen tantos con sonrisas y morritos en Instagram para que ningún mal gesto haga estallar su burbuja de supuesta felicidad. Y ha sido lamentable que a la gran Raffaella Carrà solo se la haya recordado en Turín con un cutre homenaje perdido en una de las semifinales y que duró lo que un estribillo. Porque no había espacio para más. Ni tiempo para lo importante. Eso. Como la vida misma.