
Un vídeo viral nos acercó su imagen el año pasado peleándose con su paraguas, durante un evento en recuerdo de policías fallecidos en acto de servicio; hace pocas semanas, la prensa inglesa lo fotografió con un pintoresco bañador, corriendo calzado con zapatones y calcetines junto a su perrito Dilyn por las calles de Londres: también las televisiones nos lo han mostrado recibiendo un magnífico turbante, con la señal del bindi en la frente, durante su reciente viaje a la India.
Son evidentes los esfuerzos de Boris Johnson para humanizar al inquilino del número 10 de Downing Street y pasar página sobre el partygate —las repetidas fiestas que se celebraron en sus oficinas durante el confinamiento decretado en plena pandemia por el propio premier— .
Pero las instituciones británicas siguen al acecho. La policía metropolitana de Londres ya le ha multado una vez por tales desvaríos —puede haber más sanciones— y los Comunes van a investigar si mintió al Parlamento cuando negó tener constancia de que los saraos iban en contra de la ley.