La intolerancia de los tolerantes

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

02 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El progresismo, por denominarlo a la manera de sus devotos, posee iconos simbólicos e intelectuales. Una camiseta con la silueta del Che Guevara o una planta de marihuana estampados en un blusón ofrecen pistas sobre la persona que los porta: ideológicamente situada a la izquierda o, tensando la semántica, militante de un anarquismo consciente. 

La sabiduría de Chomsky (siempre brillante), el gracejo posmoderno de Derrida o Foucault, o las peroratas de Ernesto Laclau son sustancia intelectual. Yo recomendaría que también se estampasen camisetas con sus rostros. Abandonada la broma, comento asuntos más serios que tienen que ver con lo anterior.

Herbert Marcuse es un pensador sólido. Su filiación a la escuela de Fráncfort, que poco tiene que ver con la ola posmodernista francófona, así lo atestigua. Sus escritos han sido arquetipos. Analizados y escrutados porque su óptica marxista nada tiene que ver, por ejemplo, con los parrafeos ya citados de Laclau. Marcuse reflexionó sobre la tolerancia.

Lo cita en varias ocasiones el maestro Darío Villanueva en su obra Morderse la lengua (Corrección política y posverdad); sin lugar a dudas, uno de esos libros de inevitable y ubérrima lectura.

Marcuse firmó el ensayo La tolerancia represiva. La contradicción en sí misma. Tolerar y reprimir en un mismo sintagma: el oxímoron perfecto. Marcuse quería cambiar el mundo desde sus teorías. Pensaba que no podría tolerarse todo en las sociedades perfectas (esas que diseñaron Marx y Engells y que terminaron derruidas). Tolerar resulta propicio cuando toleras a los tuyos: la izquierda progresista. Los otros que se toleren a sí mismos, porque desde el otro lado solo recibirán etiquetas y cancelaciones.

Si no piensas como la corrección política impone, no existirás. O existirás soportando conceptos peyorativos; alguna vez, eufemísticos; y en muchas ocasiones, lacerantes y vejatorios.

Propongo un ejemplo para saltar de Marcuse a la realidad. Ya se han cumplido quince días desde la Pascua, colofón de la Semana Santa: la celebración más relevante para los creyentes (digo creyentes, en general, porque aproximadamente el 70 % de la población española se declara católica). No faltaron críticas. Escuché que se celebraba un nuevo carnaval en el mes de abril. También convirtieron las festividades en vacaciones de primavera. Y había que reírse con estas chanzas. Porque la corrección política, desatada desde las más altas instancias gubernamentales, no respeta a los católicos. Dicen que sí, cuando es no. Toleran, pero reprimen: no está bien visto aquel que profese su fe.

La fe, ahora mismo, es el lenguaje inclusivo. Las variedades LGTBI. La educación en valores (¿qué valores?). La intervención estatal en las vidas privadas. El ultraecologismo. La frivolidad.

Es intolerable que toleremos tantas imposiciones.