La peineta del chatarrero

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto EL QUID

OPINIÓN

26 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Pax Dickinson es un programador de 49 años que en el 2016 saltó a las portadas de algunos diarios y medios digitales al obsequiar con una doble peineta a los objetivos de las cámaras, durante la celebración de la victoria de Trump. Barbudo y con una gorra con el lema de la campaña Make América great again, Dickison dedicaba el gesto a esa mayoría de la opinión pública estadounidense —y mundial— que durante meses había pronosticando que Hillary Clinton sería la próxima inquilina de la Casa Blanca. Su exabrupto también iba dirigido a todos aquellos que consideraban la llegada del empresario de la chuleta rubia a la presidencia como una catástrofe, como símbolo del capitalismo salvaje y de las políticas ultraliberales. Algo parecido a lo que ha sucedido durante la campaña de las elecciones francesas, donde ha sobrevolado permanentemente la «amenaza» de la extrema derecha, aunque finalmente ningún seguidor de Marine Le Pen podrá desquitarse con una peineta tras los resultados.

Ahora déjenme que haga un inciso. En Oleiros, ese precioso concello coruñés con una de las mayores rentas per cápita de Galicia y de España, que sin embargo te recibe con una estatua del Che de varios metros de alto y donde gobierna el comunista Ángel García Seoane desde hace casi cuarenta años (se cumplirán en el 2025, ni Franco duró tanto), se inauguró en junio del 2020 el parque de las Trece Rosas. Para crear este bello espacio verde de 128.000 metros cuadrados fue imprescindible expropiar tres viviendas unifamiliares y sus respectivas fincas con vistas al mar, que ocupaban 5.000 metros cuadrados (el 3,9 % del total). Los propietarios recurrieron la decisión de la alcaldía, pero a Gelo no le tembló la mano y consumó la enajenación de estos bienes privados. Dos de los chalés fueron demolidos y el tercero el regidor consideró graciosamente que podía mantenerse en pie, para «uso municipal». Una colectivización más propia de la URSS de Stalin que de una democracia occidental.

A solo 4,5 kilómetros y diez minutos en coche de allí, junto al puente Pasaje y dentro de los límites del Concello de A Coruña, un hombre lleva décadas resistiendo los intentos por acabar con un poblado chabolista. Todos los habitantes, uno tras otro, fueron marchándose previo regalo de un piso —como si hubieran ganado el premio gordo del Un, dos, tres...— por parte de la corporación local. Pero a nuestro amigo, al que también le han ofrecido esta jugosa comisión en especie, no le convence ningún pisito: quiere un chalé y con terreno, porque es chatarrero y necesita espacio para desarrollar su actividad. Hay que aclarar que este hombre no es propietario de nada y que ocupa ilegalmente el solar en el que vive, pero, por lo visto, no se le puede echar de allí.

Uno rápidamente ata cabos y piensa: ¿por qué el generoso alcalde de Oleiros no le concede a nuestro héroe la casita expropiada, para su uso y disfrute? No lo verán nuestros ojos. Pero es lo mismo. Mientras ustedes y yo sudamos para llegar a fin de mes, y maldecimos cada vez que pasamos la tarjeta por el TPV en el supermercado o la gasolinera, gracias a las políticas progresistas y al celebrado auge de la ultraizquierda que «no deja a nadie atrás», el chatarrero nos hace a todos una peineta universal. Y el mundo respira aliviado.