¿Es Marine Le Pen de Vox?

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

YVES HERMAN | REUTERS

26 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No. Claro que hay coincidencias y náusea, pero las elecciones del domingo subrayaron que muchos de sus votantes no tienen nada que ver. Marine Le Pen es abogada, nacida en Neuilly-sur-Seine, ciudad del área metropolitana de París, hace 53 años. Comparte con Vox el odio intransigente al inmigrante, el desprecio a la riqueza de la mezcla. Se envuelve en la bandera de la nación, como también hace Vox. Solo que en Francia, amar a tu país es lo normal, mientras que en España es más complejo. El enfado y la cólera dieron alas a Le Pen y a Abascal, pero los indignados no son los mismos en Francia que en España.

Santiago Abascal es licenciado en Sociología. Militó en el Partido Popular. Nacido en Bilbao, el día en el que se celebra la Segunda República española, tiene 46 años. Los dos, Le Pen y Abascal, quieren envenenar el sistema desde dentro del sistema. Buscan inundar la casa desde el salón, pero cuando se analiza el voto del domingo se observan las diferencias. La principal es que el sistema electoral de segunda vuelta francés no tiene nada que ver con los diputados que elegimos aquí. Vox es tercera fuerza hoy, pero ni con esos números habría disputado nunca la segunda vuelta en Francia.

El sistema finalista francés hace que tanto a Macron como a Le Pen le voten ciudadanos de otros partidos con la nariz tapada. Los cabreados de Vox que apoyan a Abascal son pequeños empresarios, maltratados autónomos, transportistas, dueños de negocios locales. Los de Le Pen son parados. Marine gana en los Pirineos Orientales, en Perpiñán, con el 56,3 por ciento. Una zona con la cifra más alta de paro de nuestros vecinos, el 12,5 %. Los parados son una de sus gasolinas. Allí gobierna desde el 2020. Marine es nacional y global. Busca ser transversal. Le valen chalecos amarillos y algunos de Mélenchon. Su ataque indiscriminado es contra la élite de derechas. Contra los elegidos que estudiaron en la Escuela Nacional de Administración, la ENA.

El populismo de Le Pen va contra los cayetanos, por traducirlo al español, contra los cuñados pijos, justo uno de los ejes conductores del voxismo. Vox no va contra la élite de derechas. El odio que les nutre es contra la élite progre. Contra los progresistas y contra los independentistas (otra diferencia). Contra esos progresistas que buscan legislarlo todo y contra los que quieren romper España. Vox se parece más a un populismo de derechas de América Latina, como el de Bolsonaro. Vox se alimenta de los antivacunas. De la defensa de los toros y la caza. Hace poco se dieron cuenta del filón que tienen en el rural, graneros que eran bipartidistas. Agita a los transportistas. A los taxistas. Los dos se alimentan de cínicos cansados de todo y de escépticos, cuyo dogma es la desesperanza. Pero Vox no pillaría ni en una vuelta final a indignados de izquierda. Aunque sean distintos, proceden del mismo vertido. La culpa la tenemos todos. Lo escribió Chesterton: «Hemos convertido la libertad de la democracia en puro escepticismo, destructor de todo, incluso de la propia democracia». Ese es el mal que hace crecer a Le Pen y a Abascal, aunque sus banderas las agiten votantes dispares.