Nosotros, Ucrania y la caridad del BCE

Carlos Sánchez-Tembleque Ponte PROFESORDE LA ERLAC (ESCOLA DE RELACIÓNS LABORAIS DA UNIVERSIDADE DA CORUÑA)

OPINIÓN

María Pedreda

14 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En esta crisis, España está en una situación ambivalente: por un lado, es menos dependiente que la generalidad de Europa a las importaciones energéticas y de otros productos ruso-ucranianos; pero, por otro lado, es una economía más vulnerable que la media de las europeas. Antes de la guerra, Europa, a diferencia de España, ya había salido de la crisis en niveles de PIB y empleo. España no. Aunque ha recuperado el nivel de empleo (gracias a los 220.000 puestos creados en el sector público en estos dos años; en el sector privado aún es inferior), nuestro PIB está 5 puntos por debajo del anterior a la pandemia. Antes de esta crisis, el escenario que teníamos en Europa y España era de firme recuperación, con inflación hasta mediados de año. Nuestro país recuperaría su PIB anterior a la crisis hacia finales del 2022.

Todos conocemos los efectos que está teniendo este conflicto en las materias primas y la energía. Cuanto más se extienda en el tiempo, mayor repercusión tendrá, por eso un acuerdo rápido entre Rusia y Ucrania tendría efectos favorables en la estabilización de precios (aunque persistieran las sanciones). Hay dos factores que nos deben guiar a la hora de calibrar las repercusiones de esta crisis:

1.- La experiencia. Si observamos en las últimas décadas otros acontecimientos (invasión de Kuwait, Afganistán, 11-S…), vemos que no han hecho descarrilar el crecimiento de la economía mundial, europea o española.

2.- Es poco probable que una economía como la rusa, que no es ninguna potencia industrial o tecnológica, pueda llevar a todo el planeta a una recesión. La guerra no es un hecho económico de fondo como lo fue la crisis financiera del 2008 o el covid.

No veo una afectación grave a la economía española más allá que una mayor inflación y una ralentización en el crecimiento inicialmente previsto de las variables económicas. Retrasará más meses el objetivo de alcanzar el nivel de PIB prepandemia, probablemente hasta mediados del año 2023, pero no parece que los efectos empeoren radicalmente las perspectivas de recuperación. Pero la situación de la economía española es muy mediocre, y lo es no por culpa la guerra, ni por el covid. La economía española es poco productiva y competitiva, tenemos la tasa de paro más elevada de Europa, una deuda pública estratosférica del 118 % del PIB y un déficit público estructural (el que se genera aunque la economía crezca a su máximo potencial) que anualmente ronda el 4 %. Y ojo, este déficit ya aumentó antes de la pandemia —desde el 2,5 % del PIB en el 2018 al 2,9 % en el 2019— a consecuencia de los «viernes sociales». Para colmo, nuestro diferencial de inflación es casi dos puntos superior al europeo.

Vivimos de la caridad de Europa, del BCE que nos compra nuestra deuda. Cuando esto se acabe (y lo hará en la segunda parte de este mismo año para la deuda de nueva emisión), tendremos que salir a los mercados a financiar nuestro nuevo déficit, luego vendrán las subidas de los tipos y se volverá a hablar del la prima de riesgo. Esta guerra pone a Europa —y a España— en una situación de enorme vulnerabilidad energética. La región más ambiciosa del mundo en la lucha contra el cambio climático, en descarbonización y desarrollo de energías verdes, ha cerrado o está a punto de cerrar muchas centrales convencionales de carbón o nucleares sin antes contar con una alternativa energética sólida, que debería ser renovable pero también convencional (nuclear), ya que las renovables nunca supondrán el 100 % del mix energético. El suministro energético a corto plazo se ha confiado al proveedor ruso, y ese proveedor (y su socio chino) no comparten los valores de Occidente.