La inabordable reforma del sistema de pensiones

Manel Antelo PROFESOR TITULAR EN LA FACULTAD DE ECONÓMICAS DE SANTIAGO

OPINIÓN

María Pedreda

08 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Todos los partidos políticos admiten, más o menos veladamente, que el sistema actual de pensiones en España es insostenible y que en el futuro podría tener serias dificultades. Con todo, ninguno de los partidos que hasta la fecha ha gobernado ha puesto nunca en marcha una reforma estructural del sistema que mejore su viabilidad. El colectivo de pensionistas es tan numeroso que sería muy probable que el partido que lo hiciese perdiese las siguientes elecciones.

Permítanme simplificar la situación a lo esencial suponiendo que solo hay dos partidos políticos que compiten electoralmente. Reformar el sistema de pensiones es importante para el futuro del país, por lo que los partidos han de decidir si incluyen o no la reforma en sus programas electorales. Ambos partidos anuncian sus programas al inicio de la campaña electoral y los cumplirán.

En estas condiciones, cada partido tiene dos estrategias posibles, proponer una reforma o no proponerla, y, por lo tanto, hay cuatro pares de estrategias que proporcionan distintas rentabilidades políticas. Cuantifiquémoslas con valores entre uno y cuatro.

Lo mejor que le puede pasar a cada partido es no proponer una reforma y que sea el rival el que lo haga. Así ganará con una alta probabilidad las elecciones. El partido que no propone la reforma gobernará y, por lo tanto, obtiene el rédito más alto, cuatro, mientras que el partido que la ha propuesto obtiene el más bajo, uno. La segunda posibilidad es que ambos partidos propongan la reforma. En ese caso, se reformaría el sistema, lo cual es bueno para los dos partidos, que obtendrían un rédito de tres (decimos tres y no cuatro porque la victoria electoral estará más reñida y dependerá de otras promesas electorales). Por último, si ningún partido propone una reforma, el sistema permanecerá intacto y las elecciones se decidirán en función de otras promesas electorales. Esta situación es peor para los partidos que la segunda posibilidad y por eso la valoración para ambos es de dos.

Si comparamos estas valoraciones (o cualesquiera otras que reflejen la ordenación entre los cuatro escenarios posibles), lo mejor que puede hacer cada partido para sus intereses es no proponer la reforma, independientemente de si el partido rival la propone o no. Esto equivale a decir que cada partido tiene una estrategia dominante, y cuando se tiene una estrategia de este tipo lo mejor es utilizarla. El desenlace final es que no hay reforma, a pesar de que el país mejoraría si los dos partidos la propusieran. Los partidos se ven así envueltos en una situación dilemática y en la que el país está peor de lo que podría estar.

El problema es que, aunque los partidos pactasen incluir una reforma en sus programas electorales, nada garantiza que vayan a cumplir tal pacto, porque lo que es bueno colectivamente no es lo mejor para cada partido individualmente. Y lo que es bueno para cada partido puede no ser lo mejor para la colectividad.