¿Está calentando la calle la extrema derecha?

Tomás García Morán
Tomas García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

LUCA PIERGIOVANNI | Efe

Para Adriana Lastra, vicesecretaria general del PSOE, está claro quién está detrás de las protestas. La ministra de Hacienda acusa a los manifestantes de hacerle el juego a Putin. ¿Por qué se incendia la calle? ¿Por qué los políticos no entienden el creciente malestar ciudadano?

21 mar 2022 . Actualizado a las 18:42 h.

Dice Adriana Lastra que la extrema derecha y la derecha extrema están intentando calentar la calle. Llegan tarde. La calle está que arde y va camino de fundirse. No le falta razón a Adriana cuando recuerda que todos los fascismos, derechas extremas, extremas izquierdas medio pensionistas, pinochetismos y kirchnerismos varios siempre han utilizado a los camioneros como fuerza de choque. Controladores aéreos, estos últimos, en la España pre Pepe Blanco, y camioneros: las herramientas más eficaces para paralizar un país. 

En el noviembre anterior al covid, han caído chuzos de punta desde entonces, a Macron (extremo centro) le incendiaron la calle los chalecos amarillos. También en Francia, Le Pen, la amiga de Putin y Abascal, intentó apropiarse del movimiento. Mientras ardían los bulevares, contenedores cruzados entre grandes avenidas pensadas para coches eléctricos, bicis y monopatines, los parisinos se preguntaban quiénes eran aquellos facinerosos, qué les unía, además de gustarles al fascismo y llevar chalecos fosforito. Urbanitas, izquierda caviar o cayetanos de la gran oligarquía conservadora que jamás han pisado medio ferrado enlamado. Señoritos de los Santos Inocentes que olvidan que casi nadie en este país está a más de dos o tres generaciones del sacho. 

Les une el miedo, Adriana. El pánico a unos cambios sociales que los deja al margen. Sin combustibles fósiles, sin políticas de control del lobo, sin olivos, sin chuletón, sin gluten, sin lactosa,... sin nada. Y por eso se irán con los apóstoles de la España vaciada, con Vox, con Le Pen o con la madre que los parió. Porque están hasta el gorro y tienen pánico.

Entre otras muchas cosas, ese fascista del siglo XXI llamado Putin ha acelerado estos cambios. Nos ha puesto frente a ese espejo futuro que no queríamos ver, como tampoco quisimos ver las tropelías del dictador que vivía en la puerta de al lado. 

La ministra de Hacienda, urbanita de Sevilla, quiso apagar el fuego acusando a los huelguistas de hacerle el juego a Putin. Como si Europa hubiera hecho otra cosa distinta los últimos 25 años. Y ahora, para acabar de calmar las aguas, el Gobierno accede a reunirse con los representantes minoritarios del transporte, haciendo de menos a la gente del sector primario. La que literalmente nos da de comer.   

El problema no son los camioneros, que están que trinan. Ni los pescadores cuyo heroico oficio no da ni para pagar el gasoil. Ni los que muxen leche que hay que tirar por la tajea. Ni los que hacemos acopio de quintos de cerveza en el súper.

El problema somos todos. En España no hay un 20% de fascistas. En España hay una sociedad que es víctima (culpable por omisión) de esta caterva de políticos de tercera a los que esta gran crisis mundial les está quedando no ya grande, sino imposible de manejar. El problema es que se han acabado estas dos décadas de adolescencia política, económica y social. Ahora las bombas que caen son de verdad y ha llegado el momento de los adultos.