¿Es más de fiar Bildu que Vox como socio?

Francisco Espiñeira Fandiño
Francisco Espiñeira SIN COBERTURA

OPINIÓN

Santiago Abascal, líder de Vox, este miércoles en el Congreso
Santiago Abascal, líder de Vox, este miércoles en el Congreso Emilio Naranjo

10 mar 2022 . Actualizado a las 19:54 h.

La democracia es lo que tiene. Los votos valen todos lo mismo y cada uno vota lo que quiere. El resultado nunca satisface a todos, pero es la consecuencia directa de los juegos de las mayorías. La entrada de Vox en el poder real de las instituciones es un paso más en la evolución electoral de España. La izquierda, espoleada por Pablo Iglesias, ha hecho de la entrada de Vox en los gobiernos un caballo de batalla que se compadece mal con la estrategia de quienes no hace mucho jaleaban a ETA en una herriko taberna o esta misma semana se posicionan en contra de ayudar a Ucrania. Los mismos que presumían de incorporar a la «dirección del Estado» a Bildu —estructura en cuya dirección figuran destacados condenados por terrorismo— o Esquerra, cuya cúpula tuvo que ser indultada después del desafío secesionista del 1-O.

Muchas posiciones de Vox parecen anacrónicas, pero ahora toca demostrar la eficacia de los contrapesos constitucionales. La experiencia nos demuestra que las promesas radicales chocan luego con la realidad del día. Un viejo amigo con muchos trienios de gestión me repite cada vez que discutimos sobre cualquier disparate de un político que la política es la diferencia que hay entre lo que uno quiere hacer y lo que realmente puede.

En el ciclo electoral posterior al 15M, se vivió la eclosión del adanismo. Alcaldes de grandes ciudades que prometían resolver problemas de décadas en cien días fueron barridos del primer plano de la escena política en apenas cuatro años y todos han vuelto a sus púlpitos previos sin más éxitos que un carril bici o una placa cambiada de los que presumir ante los compañeros de tertulia.

Vox ya empezó a tener protagonismo en Madrid hace casi un año, cuando se convirtió en la pieza que le faltaba a Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Y dos expulsados del partido de Abascal fueron claves en Murcia y forman parte del equipo de López Miras. Muchas veces se olvida que la mayoría de los militantes y votantes de Vox lo fueron antes del PP. Y que lo más lógico es que todos esos electores no se hayan convertido en fachas redomados en unos meses.

Después de más de 500 horas perdidas en negociaciones cuyo final sabía cualquiera, toca demostrar que Vox puede gestionar el dinero y el bienestar común y que los sillones no eran su único objetivo. La ley, y la Constitución, son límites que rigen para todos y a la coalición la van a juzgar por los resultados que sean capaces de generar.

El PP ha puesto sus límites en temas clave como la defensa de la igualdad. Si fracasa, acabará por sufrir las consecuencias ante su electorado. Pero hasta que los dos partidos mayoritarios acepten que gobierne la lista más votada, los pactos son imprescindibles. Y parece poco justo demonizar a los aliados ajenos y santificar a los propios.