
Resulta inconcebible la pujanza de la lógica bélica en el 2022. ¿No hemos sacado enseñanzas de las negativas intervenciones en Afganistán, Irak, Siria, Somalia o Libia? ¿No somos capaces de imponer de una vez por todas la cultura de los derechos humanos y un pacifismo, aunque sea débil, en la geopolítica mundial? Rusia y Estados Unidos han dado muestras en los últimos años de una incapacidad manifiesta para construir la paz. Y el seguidismo europeo tampoco ha sido positivo.
Ante ello, abogamos por la diplomacia como instrumento principal en la solución de las disputas geopolíticas. Diplomacia, sí, siempre, aunque vivamos tiempos grises y manipulados, que nublan la razón y tienden a un maniqueísmo simplista.
Primero debemos criticar firmemente la ineficacia de esta diplomacia durante los meses pasados, que no pudo, no supo o no quiso desescalar la tensión en el este europeo. Incluso, las reuniones de alto nivel acababan con declaraciones que introducían más tensión en vez de mitigar el problema. Resultaba esperpéntico: los líderes de un lado y otro, en vez de templar ánimos arrojaban fuego oral para obstaculizar cualquier avance.