La amenaza de Putin tras sus reveses

Fernando Salgado
fernando salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Vitaliy Hrabar

02 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay síntomas del creciente nerviosismo de Putin. La muestra más evidente: su velada amenaza de desatar un holocausto nuclear. La decisión de activar su arsenal nuclear, con el pretexto de que la propia existencia del Estado ruso está en peligro, coloca a la humanidad ante la espantosa imagen del suicidio colectivo. Pero indica al mismo tiempo frustración y debilidad del autócrata. Prueba irrefutable de que Ucrania se le está atragantando al Kremlin.

Putin planteó la invasión como una operación quirúrgica. Su éxito dependía de la rapidez de ejecución. Proyectaba una guerra relámpago, casi un paseo militar, para deponer a Zelensky y colocar a un gobierno títere. Puesto que la población ucraniana estaba escindida entre prorrusos y proeuropeos, confiaba en que sus tropas serían acogidas, si no con entusiasmo, sí con pasiva resignación. Su referencia histórica no era la invasión de Polonia en septiembre de 1939, sino la fulminante anexión de Austria el año anterior: el ejército nazi invadió el país sin disparar un tiro y el propio Hitler era aclamado en Viena por la muchedumbre. Ese era, sin duda, el sueño de Putin.

Los cálculos del Kremlin se mostraron erróneos. Las tropas rusas encontraron una resistencia mayor de la esperada. Zelensky y su Gobierno no huyeron al caer las primeras bombas. El ejército ucraniano no se desmoronó ni sus mandos dieron el golpe de Estado al que los invitaba Putin. Miles de ciudadanos se convierten en milicianos. La cirugía que Moscú preveía, rápida e indolora, se ha transformado en una guerra desigual, pero el tiempo juega contra Putin. Cada día que pasa sin haber tomado Kiev, su posición se debilita.

Hay al menos tres batallas que, según todos los indicios, está perdiendo el Kremlin. Tres reveses. La batalla por la paz. Putin exigía la capitulación previa de Ucrania para sentarse a la mesa y al final ha tenido que admitir la negociación «sin condiciones previas». La batalla económica. Pocos confiaban en la eficacia de las ráfagas de sanciones aprobadas por Estados Unidos y la Unión Europea. No son un semáforo en rojo que pare los tanques, declaraba Josep Borrell. Sin embargo, hay signos de que el cerco está funcionando. Con el rublo en caída libre, los precios disparados, los tipos de interés por las nubes y los cajeros sin dinero, los rusos comienzan a padecer las veleidades bélicas de su dictador. La batalla por el relato. Putin está cada vez más aislado. Con la invasión dilapidó los restos de comprensión que algunos países europeos mostraban hacia la causa de Rusia. Y, sobre todo, perdió el apoyo explícito e incondicional de China, su último refugio y su única esperanza de sortear el asfixiante cerco tendido por Occidente.

Putin cometió un error de cálculo y acumula reveses. Pero Europa cometería un error aún mayor si busca la capitulación de Rusia sin condiciones y acepta que la OTAN ocupe el vestíbulo de su casa. Hay serias y justas razones en la posición rusa, aunque el nuevo zar las haya invalidado momentáneamente el día que cogió su fusil para asaltar un estado soberano.