Un fin de historia naíf

Ernesto M. Pascual Bueno PROFESOR DE LOS ESTUDIOS DE DERECHO Y CIENCIA POLÍTICA DE LA UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA (UOC)

OPINIÓN

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01 mar 2022 . Actualizado a las 17:36 h.

La lucha de ideologías ha acabado en un mundo basado en la democracia liberal, que se ha impuesto tras el fin de la guerra fría. Esta era la tesis del libro de Francis Fukuyama El fin de la Historia y el último hombre (1992). Putin la ha bombardeado al mismo tiempo que a Ucrania. Y no, como algunos erróneamente piensan, porque Putin sea un comunista, sino porque es un autócrata, heredero directo del zarismo.

La invasión de Ucrania es —por el momento— la culminación del fantasma ideológico que recorre el mundo y, especialmente, Europa. Después de una crisis económica que dejó marcados sus efectos en las clases medias y bajas de la sociedad, el mundo busca refugio en las ideologías extremas, seguras y populistas que simplifican la vida política y tienen soluciones para todos los problemas. Su mejor representante es Putin: político de garrote, osco y populista que ha despertado el nacionalismo ruso con el sueño de la reconstrucción de la Gran Rusia. Modelo de Trump, el alt right norteamericano justifica la invasión, financiador de partidos extremos que desestabilizan las democracias europeas y maestro de la desinformación. Putin alimenta la quiebra de la democracia liberal, la ruptura del Estado, cuyos efectos conocimos en Europa y que acabaron en Guerra Mundial.

La guerra de Ucrania enseña a Europa algo que ya sabía: la necesidad de dejar de ser una unión para convertirse en una potencia. La falta de un sistema de seguridad propio, la indefinición, cuando no división, en política exterior nos hace débiles. De ello se ha aprovechado Putin para invadir un país soberano al que sabía que ni la OTAN ni los europeos enviarían tropas a defender. Los ucranianos están y estarán solos sobre el terreno, dado que una escalada militar, con la participación de potencias nucleares, solo nos abocaría a una confrontación lindante con la tercera guerra mundial.

Estamos ante el final de una era. Con una China expectante, manteniendo una neutralidad fingida, mientras contempla la descomposición del orden mundial nacionalista y autoritario, impulsado por este intento de revisionismo ruso. Citando a un marxista como Gramsci: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».

El fin de la historia era una ilusión naíf, alimentada por la bonanza de los años de pensamiento neoliberal y por la idea de Huntington de que las guerras son, solamente, entre civilizaciones.

Europa, como sustento de una forma de hacer y vivir, debe encarar el problema y buscar su sitio en la escena geopolítica mundial. Y, para ello, debe comenzar por solucionar los problemas en casa, haciendo frente a los extremismos y a las ambiciones de un líder, él sí, con obsesión por pasar a la historia.