En la capital canadiense, Ottawa, llevan sufriendo más de tres semanas de bloqueo por una manifestación en defensa de la libertad. Algunos camioneros decidieron colapsar las arterias de la ciudad y los puentes de conexión con el vecino del sur, en protesta por la obligatoriedad de vacunarse contra el covid para viajar entre EE.UU. y Canadá, a los que se han sumado algunas personas. Exigen libertad para no vacunarse porque consideran que tienen derecho a hacer con su cuerpo lo que mejor les parezca. Curioso.
Hasta la irrupción del covid en la ciudad china de Wuhan hace 26 meses, y salvo algunos casos aislados de practicantes de confesiones religiosas muy determinadas o algunos padres mal informados, poca gente se oponía al uso de vacunas. ¿Quién puede estar en contra de la vacuna contra la polio o el sarampión? ¿Acaso no ha sido gracias a la vacunación generalizada que hemos vencido a la viruela, una enfermedad que diezmó a la población durante siglos? ¿Se imaginan a alguien objetando la vacuna contra el cólera, el tifus o la malaria si viaja a África o a Asia? Entonces, ¿por qué ahora el rechazo a la vacuna contra el covid? Pues, sin duda, por la desinformación que surca internet como un reguero de pólvora.
No negaré que la rapidez en la fabricación de las primeras vacunas me desconcertó como a la mayoría. Sin embargo, a la vista del estado de la investigación científica actual, la concentración de todos los laboratorios mundiales para alcanzar un mismo objetivo y el desarrollo tecnológico es obvio que los avances que hasta hace poco tardaban décadas en producirse, hoy son mucho más rápidos.
¿Que no son vacunas totalmente seguras y tienen efectos secundarios? Por supuesto, y en muchos casos desagradables y persistentes, pero también los produce la aspirina en algunas personas. ¿Que no garantizan la inmunidad total? Mejor una inmunidad parcial que su inexistencia. ¿Que la obligatoriedad coarta nuestro derecho a decidir? ¿Decidir qué, cómo enfermar y quizás morir, o a cuántos contagiar? No, el derecho a no vacunarse, sin duda, no está por encima del derecho a la salud de todos los demás, porque su libertad termina donde empieza la nuestra.