Crónica de un naufragio

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

CANADIAN ARMED FORCES / HANDOUT

20 feb 2022 . Actualizado a las 07:55 h.

Es la crónica del dolor, del tributo que desde el inicio de los tiempos nos cobra la mar llevándose a muchos de quienes navegan en singladuras sin retorno. Arar los caminos de la mar, dejando surcos de agua en la gran despensa marina, es un duro oficio para hombres y mujeres de excepcional valentía. Con el naufragio del Villa de Pitanxo, Galicia ha vuelto a naufragar en cada uno de los muertos y desaparecidos que ponen una cenefa negra del luto que ciñe todo nuestro litoral costero.

Y una vez más, esta crónica terrible ha sucedido en Terranova, donde nacen los temporales de los inviernos que han convertido las aguas canadienses en un gigantesco cementerio marino de héroes gallegos que siembran de cadáveres el lecho de la mar.

Para nosotros, los gallegos, la mar siempre fue el camino para los que eligieron la pesca como modelo de vida. Gentes bregadas, que siguieron la ruta de las estrellas para mirar el cielo que se convirtió en su guía, cuando la mar se oscurece en la noche tenebrosa y los marineros trazan caminos, veredas en la mar.

Nada hay de romanticismo en la crónica amarga de un naufragio donde no caben lecturas épicas, ni textos de Dafoe, Conrad o Melville. Es el relato certero de un incesante dolor que nos golpea periódicamente recordándonos nuestra fragilidad ante los vientos y el temporal que se cobra su cuota ritual en vidas humanas.

Poseidón, Tritón y Neptuno se quedan en sus territorios secretos con nuestros mejores marineros, son sus rehenes eternos, los ahogados que labraron sus tumbas en la mar.

No existe ningún lugar en la Galicia marítima que no tenga su censo de náufragos y naufragios, ningún pueblo sin memoria oral de supervivientes a quien la mar ha devuelto para que fueran testigos de la negra historia escrita en los barcos perdidos.

Mi artículo quiere ser un piadoso obituario colectivo, una oración fúnebre por quienes, gallegos, peruanos y ghaneses, dejaron sus vidas en las heladas aguas en la noche atlántica. Escribo contra la insolencia de la mar enfurecida. La misma que causó centenares de ahogados en la mar de mi pueblo con el hundimiento en Viveiro de la fragata Magdalena y el bergantín Palomo, o la que trajo el dolor y la orfandad a Celeiro en la galerna del año 61.

En Saint Pierre y Miquelon, en Terranova, sonaba una gaita cada vez que regresaba un barco con sus tripulantes sanos y salvos y las bodegas repletas de pescado. Yo quiero hacer un himno de palabras con sones de gaita para aquellos que ya no volverán. Un alalá funerario. La crónica de un naufragio.