
Las elecciones de Castilla y León, donde los ganadores parecen haber perdido y los derrotados están logrando convencer a mucha gente de que son, en realidad, los vencedores, constituyen un ejemplo inmejorable de cómo los socialistas en particular y la mayoría gobernante en general (PSOE, Podemos, ERC y EH-Bildu) dominan las claves que mantienen al PP cada vez más arrinconado y solitario. Lo mismo que el boxeador que se refugia en el rincón del cuadrilátero y solo intenta ya protegerse con los guantes de los continuos golpes del contrario.
¿Cómo puede gobernarse Castilla y León? Descartada una gran coalición, que el PSOE se ha adelantado a rechazar rotundamente (al igual que se opuso en su día a los ofrecimientos del PP para formarla en la esfera nacional), solo queda una salida, que se deriva de un claro mandato electoral: que la derecha ganadora (PP y Vox) llegue a un acuerdo. Un acuerdo donde los populares deberán subrayar con nitidez lo que Sánchez no dejó claro a sus diferentes aliados: las líneas rojas que en ningún caso está el PP dispuesto a negociar ni traspasar. Si Sánchez hubiera hecho lo propio no estaría hoy pactando con EH-Bildu privilegios para los etarras en prisión, ni negociando con ERC alguna forma de autodeterminación, ni le habría consentido a Podemos poner patas arriba elementos esenciales de nuestro sistema constitucional.
Son Casado y su guardia pretoriana quienes deben defender, en lugar de combatirla, la idea de que un acuerdo con Vox (un partido con el que el PP mantiene muchas y muy relevantes diferencias) es por lo menos tan legítimo como el que el PSOE cerró en su día con Podemos, cuyas críticas al pacto constitucional superan con mucho a las de Vox. Mucho más legítimo que el pacto que el PSOE mantiene con un partido golpista (ERC), cuyos dirigentes, condenados por sedición y malversación, estarían ahora en la cárcel de no ser por el vergonzoso indulto concedido pro domo sua por el Gobierno socialista. Y ya no digamos que el que une al PSOE a un partido que defiende sin fisuras la brutal herencia de una banda terrorista.
En lugar de eso, Casado, a quien seguro que el acuerdo con Vox no le gusta menos que a quien firma esta columna (pues menos que nada es imposible), refuerza con su negativa a negociar con Vox —negativa que pagaría tras las elecciones generales— lo que en el caso del PSOE más que un discurso se ha convertido en un chollo formidable: el consistente en defender, en estrecha alianza con su potente aparato mediático público y privado, que el PSOE puede pactar y gobernar con cualquiera de los partidos enemigos del sistema constitucional (Podemos, IU, ERC, PDECat, EH-Bildu, BNG, Geroa Bai, el independentismo balear, Más País, Compromís) e incluso, cuando le conviene, con Ciudadanos y con Vox (que entonces dejan de ser extrema derecha y se convierten en «partidos de Estado»), mientras el PP no puede pactar con los de Abascal, pues eso sería entregarse a las garras del fascismo.
¡Gran estratega, este Casado!