La huida hacia delante de Putin

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

María Pedreda

22 ene 2022 . Actualizado a las 09:43 h.

La amenaza de invasión de Ucrania por parte de Rusia entraña una paradoja: demuestra que este tipo de acciones tan desestabilizadoras no suelen conseguir el efecto deseado y obligan a una constante huida hacia delante. Después de todo, Putin ya hizo esto mismo en el 2014 cuando se anexionó Crimea y fomentó la secesión del Donbás. Aquello debilitó a Ucrania, pero no calmó los miedos geoestratégicos rusos, y dejó a Crimea y al Donbás en un limbo legal y la guerra intermitente. 

Si Putin piensa en una invasión limitada, como con toda candidez consideró probable Joe Biden, sería precisamente para intentar remediar ese desastre que él mismo ha creado. Y si lo que tiene en mente Putin es ir más allá y ocupar toda Ucrania, la cantidad de cosas que pueden salirle mal dejaría la cuestión de Crimea y el Donbás en un juego de niños. Es por esto por lo que, aunque la posición de Rusia en el tablero sea ahora de indiscutible ventaja, resulta difícil imaginar cómo podría salir beneficiada de una invasión de Ucrania, una vez se sumen todos los efectos indeseados.

El mayor peligro para Putin, por tanto, es él mismo y su propia temeridad. Quizás también sea el único, porque, mientras tanto, poco o nada puede hacer Occidente para proteger a Ucrania. No es miembro de la OTAN, por lo que el envío de tropas está descartado, y la dependencia energética europea, de Alemania en particular, limita las posibles sanciones económicas. No es casual que Putin haya activado esta invasión coincidiendo con la terminación del gasoducto Nord Stream 2, que conecta Rusia con Alemania directamente y, por tanto, le deja las manos libres para actuar en Ucrania. Una invasión puede llevar al cierre de ese gasoducto como represalia, pero Putin calcula que Alemania no podrá resistir mucho sin el gas ruso, y si hay un momento apropiado para comprobarlo es este de crisis mundial de suministro energético.

Incluso el lenguaje corporal de Estados Unidos, más allá de la retórica, delata su disposición a ceder. El problema es que, de momento, los máximos de Putin son inasumibles para la OTAN, que no puede retirarse sin más del este de Europa. Una anexión limitada del Donbás se vería, quizás, con resignación, como ya ha ocurrido con Crimea, pero no si implicase la creación de corredores que bloqueen el acceso de Ucrania al mar Negro y la hagan inviable económicamente.

El punto donde hay margen para la negociación es la exigencia central de Putin: la «finlandización» de Ucrania; es decir, que, igual que sucedió con Finlandia durante la Guerra Fría, se garantice que Ucrania no ingresará nunca en la OTAN. Ese entendimiento existió durante un tiempo, por lo que es posible para Washington restablecerlo sin perder demasiado prestigio, aunque para Ucrania suponga el fin de su soberanía exterior. De modo que cabe esperar que las conversaciones giren en torno a qué garantías pide Moscú al respecto y qué está dispuesto a aceptar Washington. La metáfora del deshielo es aquí más apropiada que nunca, porque si Rusia va a invadir tendrá que hacerlo antes de que en marzo se derrita el hielo y Ucrania se convierta en un lodazal casi impracticable para los blindados. Ese punto de fusión es el límite que tienen los negociadores para evitar la guerra.