El problema no es Boris el personaje, sino el político

OPINIÓN

María Pedreda

19 ene 2022 . Actualizado a las 09:19 h.

Abunda un malentendido respecto a Boris Johnson: el de que es su personaje estrambótico lo que echa a perder su imagen y que esta es, a fin de cuentas, la causa de su actual caída en desgracia ante la opinión pública. La realidad es la contraria: ese personaje que Johnson encarna (encarna más que interpreta, porque no es fingido) es lo que gusta, o gustaba, a sus votantes. Es lo que le ha librado hasta ahora de escándalos mucho más serios que el anodino partygate; asuntos como su utilización de fondos de donantes del partido para redecorar su casa, o su apoyo a un amigo suyo envuelto en un asunto de tráfico de influencias. La comparación que se suele hacer entre él y Donald Trump es equivocada. Boris no es un empresario ególatra en las nubes, sino un hombre culto que cita de memoria la Ilíada en griego clásico, aunque luego confunda inteligencia con autoindulgencia. Lo que sí tienen en común los dos es ese rasgo esencial del populismo: que si un político se convierte en personalidad televisiva, el votante pasa a juzgarle no como votante sino como televidente.

Pero esa política del personaje también tiene sus límites, y lo que está perjudicando a Boris Johnson no es el desorden de su vida sino el de sus ideas políticas. Como su admirado Disraeli, el gran estadista británico del siglo XIX, Boris abrazó el conservadurismo más por esnobismo que por convicción. Su imagen de euroescéptico fue fundamental en su elección para liderar el partido en el peor momento del brexit, pero lo cierto es que, nacido en Nueva York y educado en gran parte en Bruselas, es uno de los políticos más cosmopolitas de Gran Bretaña. Si cultivó esa imagen anti-UE fue por algo tan superficial como que le permitía, como periodista, regodearse en la ironía. Cuando vivió en Islington, el barrio de la izquierda caviar, se hizo un liberal social. Al principio de la pandemia coqueteó con la «inmunidad de grupo», pero luego enfermó él mismo de covid y se convirtió a la política del confinamiento. Son estos bandazos ideológicos, especialmente respecto a los impuestos, el gasto público y la política de inmigración, lo que ha terminado por hartar a su base, no el que tenga dificultades para enumerar sus hijos. Y es que, en el fondo, Boris Johnson sigue siendo lo que era en su época de estudiante: no solo aquel joven indolente sino también el presidente del club de debates de su facultad, acostumbrado a defender una idea un día y la contraria más adelante, estirando la idea de la verdad hasta extremos que resultan excesivos, incluso en un político.